martes, 31 de agosto de 2010
De vuelta a China
Estoy contento que por fin, gracias a la presión de irme,¡ he vuelto a retomar el blog!
Luces y viento (3ªsemana julio)

Y de repente llego, el mar creció hasta los 3 metros de olas y el viento rugio, pero nosotros ni nos enteramos. Fue espectacular volver a surfear las olas, ver como la proa cae en picado y el barco se embala. Par un barco de pequeño porte puede que impresione, pero en un bicho de casi 50 metros te deja tonto.
Asi estuvimos dos días, a plena potencia, sin ruidos, solo el del mar y el del viento. Una paz general gobierna toda la cubierta, el no tener ruidos es lo que tiene, relaja, todo se realentiza y el cachondeo es el deporte preferido. Por la noche tuvimos un momento de lagrima. Pelelu, Mauri y Gabri se encargaron de recoger fotos y videos y nos deleitaron con una secuencia de fotos desde el inicio de la construcción del barco hasta hoy, pasando por todos los países y momentos estelares. Casi dos años reducidos a unos minutos, muy emotivo. Y cuando parecía que ya no podían tocar mas nuestra fibra sensible, Mauri nos monta un video con cada uno de nosotros… lo tuvimos que ver varias veces de lo que nos gusto, ¡impresionante!.
El Galeón continua y empieza el festival de las luces nocturnas. Las fluorescencias marinas ya las había visto por el Mediterraneo y por el Mar Rojo, pero el Mar de la China es como estar en otro planeta, nunca había visto tanta cantidad de luz. El agua según nos movíamos, hacia que microorganismos (placton y fitoplacton) se ilumnien como las luciérnagas. Como hay millones de estos bichejos en el agua la espuma se vuelve fluorescente y en el agua se ve como se trasmiten esas señales luminosas creando como fuegos artificiales a nivel del agua. Esos movimientos lumnicos hacen parecer que lo que se mueve en el agua son calamares o peces, de hecho todavía lo dudamos, lo único que nos hace pensar que no pueden ser peces es la cantidad de peces que tiene que haber para que simulen ese movimiento. Como tenemos un sistema de agua que se recoge del mar, la primera vez que tiramos de la cadena de bater fue un espectáculo, con oscuridad el agua se iluminaba cada vez que se tiraba de la cadea, lo mismo cuando meabas pero el efecto mas espectacular eran las duchas, un chorro de luz. Alguno dijo que se quería duchar con esa agua y ahí empezamos a bromear pensando en salir recién duchados con esa agua por el barco, totalmente iluminados, a pegar unos cuantos sustos. Al final de tanto pensar se nos paso la hora. Aquí a partir de las 04:00 ya se empieza a distinguir el horizonte.
Quiero comentar nuestra entrada en el verano: mas bien ha parecido la entrada en el otoño, bajada de temperatura de hasta 10 grados y niebla, mucha niebla, tanta que no vemos a mas de 1000 metros y eso en el mar es muy poco.
Eso chafa, te crees que vas a tener un veranito perfecto en China, comiéndote una naranja de la China en un parque Chino y te encuentras un clima lo mas parecido a Londres. Supongo que no será siempre asi y que, a parte, convivir en una cultura totalmente opuesta a la tuya te hace olvidarte del tema climatológico.
Y ya por fin estamos muy cerca del Rio Amarillo, ¿cómo sé esto? Pues que a parte de mirar la carta náutica me he encontrado que el mar ha comenzado a cambiar de color, y no solo eso, se nota que estamos en la desembocadura del pais mas grande del Mundo. Lo digo por la cantidad de “mierda” que ves flotando por los alrededores. Uno que se esfuerza en no tirar ni el papel de un chicle al mar y te encuentras esto. Desespera un poco.
Ya es dia 21 y nos dicen que hasta el 24 no entraremos al rio. Ya hay ganas de llegar y plantar nuestra bandera, de haber cumplido la mision. No creo que nadie se lo crea, pero hasta entonces seguiremos con la ilusion de terminarlo (por lo menos una parte).

Reflexiones del día 14 de junio
Y seguimos sin ver tierra, con la isla de Borneo a estribor (isla compuesta por 2 países, Malasia e Indonesia y un Sultanato, Brunei), solo agua y agua y más agua. Agua que está bajo nuestros pies y que cae sobre nuestras cabezas en forma de lluvia monzónica. Ya podría caernos una de estas cada mañana. Aun siendo una persona a la que levantarse le cuesta una vida, los gritos de “¡llueve!” me hicieron coger la toalla, la esponja y el jabón y ponerme a frotar en cubierta. Ya nos hacía falta una ducha a “todos”. Fueron unos minutos de risas, parecía un parque acuático improvisado. Al cabo de un tiempo las nubes dejaron paso al astro rey. La temperatura era perfecta, brisa fresca y ambiente despejado. Para hacer del domingo un día todavía más especial , si cabe, la tripulación se reunió en el comedor y bajo ritmos hechos a base de guitarra y golpes en latas y vasos ( y alguna cabeza que golpeaba a ritmo de vez en cuando en un bao) comenzó la fiesta. Cantos y bailes que se alargaron hasta la comida. Ester con la ayuda de Manolo, Paco y Curro Marchena (y viceversa) prepararon un pedazo de menú: calamares rellenos aderezado con una salsa extraída de una receta secreta, como la Coca-Cola, acompañados con ajitos y papas fritas.
Después llega el momento de charla. Hablando con unos y otros coincidimos en que esta experiencia está haciendo que nos demos cuenta del tamaño real de la Tierra, que no es la que había tenido siempre. De pequeño siempre que miraba un mapamundi y hacía un cálculo aproximado de lo lejos que esta un país u otro me desesperaba al pensar lo que se tardaría en llegar. Es verdad que con un avión te puedes plantar en cualquier parte del Mundo en menos de 24 horas, pero justamente de esa forma, aunque sea contradictorio pensarlo, sientes que estas realizando un largo recorrido. En cambio, haciéndolo de esta forma, en barco, en un Galeón, de forma tranquila, sin prisas, simplemente esperando en “tu casa móvil”, de repente te plantas en un país, luego en otro y así llevamos más de 8500 millas, cerca de Filipinas, de Vietnam, con Australia a tiro de piedra. Las distancias se han acortado, se han distorsionado o realmente aparecen como tienen que ser. Ya no existe el vértigo de pensar que estamos en la otra parte del Mundo, que nos encontramos lejos de casa, todo lo contrario, tenemos apetito de visitar más sitios, más culturas, tenemos la necesidad de que nuestro planeta sea más grande. Todo esto también puede ser debido a que el tiempo no es el mismo para nosotros que para los “terrestres”. A parte de no saber en qué día vivimos, la percepción del tiempo es completamente distinta. Hablando el otro día con un amigo en España, preguntaba cómo era todo por ahí, como si hubieran pasado años. Me devolvió a la realidad cuando me dijo que solo habían pasado 3 meses. Para mí esos tres meses han sido años, será por la cantidad de experiencias diarias que vivimos. Por otra parte, y aquí entra otra contradicción, los días nos pasan volando, no hay ninguno que se haga pesado. Una vez leí que esa sensación que se tiene cuando eres niño de que el tiempo pasa más lento de lo que pasa cuando creces es debido a que a esa edad todo te parece nuevo y sorprendente, y esa es la razón por la cual el tiempo se transcurre pausadamente. Eso mismo estamos viviendo ahora, volvemos a ser niños, y ya que regresamos a esa edad, ¡leche frita como postre para cenar!
Y después de la crónica que me tocaba escribir y que veía que encajaba en este capítulo seguimos navegando hacia Shanghái, la verdad es que por una parte está siendo una navegación muy tranquila, brisas muy débiles y mucho calor. Es curioso notar dos cosas de los astros más importantes que nos acompañan: Por una parte he podido comprobar nuestro movimiento sobre la Tierra mirando la Luna. En los países cercanos al ecuador siempre la han dibujado hacia arriba (o hacia abajo, según crezca o decrezca), como unos cuernos de toro, eso es debido a que desde esa zona la Luna la tenemos justo en nuestra coronilla y se ve de esa forma. Según vas subiendo, esos “cuernos” se van desplazando hacia la izquierda, colocándose como siempre la había visto desde mi casa cuando está creciendo. Con el Sol pasa algo parecido, en estas fechas cercanas al solsticio de verano, el sol alcanzará su altura máxima respecto al ecuador (23º 27’ N), eso significa que cuando pasemos por ese paralelo nos quedaremos sin sombra, el Sol lo tendremos justo sobre nuestras cabezas.
Otras cosas curiosas de la noche son la cantidad de estrellas fugaces y de meteoros que hacen de la noche el día. Al principio creíamos que eran bengalas, pero la naturaleza de estas es más longeva. La verdad es que te quedas de piedra pensando que es eso que cae del cielo, ilumina el cielo nocturno y desaparece tal y como aparece. Al cabo de unos días nos dimos cuenta que desde Corea del Sur estaban realizando lanzamientos de cohetes o misiles que caían a cientos de millas de nosotros (espero que no se equivoquen, ¡glups!)
Filipinas está quedando atrás, con la isla de Luzón, donde se encuentra Manila (y sus mantones). Justo cuando pasemos el estrecho de Luzón llegaremos a Taiwán, el famoso país de los “made in” donde, según el parte, nos esperan vientos de 30 nudos y olas de 3m, todo por la popa. No tenemos miedo porque precisamente este barco está preparado para esto. Para ponerlo todo un poco más complicado lo salpicaremos con unos pesqueritos caóticos y una niebla espesa como la leche condensada, ya veremos que nos encontramos.
Singapore y sus cosas... (1ªsemana julio)
Lo siguiente que recuerdo es levantarme en el barco a punto de caerme de la litera, apuntalado por una toalla que se había pellizcado con la cortina (menos mal que fue así, sino la caída me hubiera hecho mucha gracia). Saque fuerzas y agua de donde pude y salí con Juan Diego hacia Little India, como no, lleno de hindúes. Un mercado grande de frutas y especias que se iba transformando en tenduchas de todo en uno, es decir, en la misma tienda te podía cortar el pelo, vender bebidas, ordenadores, camisetas y colonias. Al comer dije que por favor algo no picante. Fueron espinacas con queso. Yo no sé que entendió el tío, pero me reventó la boca, cabronazo. Seguimos andando y nos metimos en “Mohamed Center”. Dentro nos dimos cuenta que el país está hecho a base de centros comerciales enormes, que desde fuera parecen relativamente pequeños, pero una vez dentro son ciudades, se sumergen el subsuelo y así crecen. Pasillos minúsculos y tanta gente que sería necesario poner semáforos para poder moverse. Si antes decía lo de las tiendas del todo en uno, estos centros son lo mismo pero multiplicados por un millón: cualquier cosa inventada está ahí, a parte, no hay orden, puedes encontrar películas de Bolliwood y a su lado la panadería. Agobio un poco, la verdad (también sería mi estado catatónico). Al proponer nuestra vuelta al barco nos encontramos inmersos en una marea humana. Era el día festivo hindú. Invadiendo las calles, los semáforos ya no servían de nada. Para cruzar tenías que sumergirte en las corrientes. De esta forma acabamos en un templo místico y antiquísimo hindú. Cientos de fieles rezando y bailando mientras el olor a incienso te hacia olvidar que el sudor que desprendíamos huele. Al salir, la población se había triplicado, ya no se podía andar por la calle, pero pudimos conseguir llegar al metro para que, de esta forma nos escapáramos un poco de la multitud y nos relajáramos otra vez en Clark Quay.
Nos tuvimos que mudar de atraque, ahora en Raffles Marina, un sitio de lujo, con piscina, gimnasio, jacuzzi… Esos dos días se trabajo muy duro, tanto que no tuve tiempo a disfrutar de los servicios de la marina, aunque por la noche hicimos la última escapada, a visitar lo que nos faltaba. Fuimos al mismísimo centro, Orchard Rd, a la calle más cara, de cara al alquiler, para las tiendas. Se notaba el dinero por todas partes, aunque no fue para tanto. Lo que si fue impresionante fue la máquina de masajes para los pies que tenían en el centro de atención al turista. Todavía estoy buscando una máquina igual. De ahí a flipar con el skyline de la ciudad moderna, llena de rascacielos dignos de la película Blade Runner, imaginación por todas partes.
Terminamos en la discoteca más alta de la ciudad, en el piso 71 del hotel más alto. Vistas para quedarse embobado cuando te has tomado alguna copa de más. Para la vuelta al hotel tuvimos que hacer una jugada maestra, meternos cinco en un taxi, siendo para cuatro. La jugada nos salió bien: mientras uno entretenía al conductor, el resto se iba metiendo por detrás y el quinto se arrastraba por detrás de todo. Así llegamos al barco, acosando al taxista a preguntas para que no le diera tiempo a pensar más allá y viendo como se volvía loco al escuchar de fondo una quinta voz.
Estrecho de Malaca (3ª semana de junio)

Por fin con el cuerpo entero pude dar lo que pude de mí. Fue una travesía en la cual la tripulación se dedico a cuerpo y alma a rejuvenecer al barco. El sol y el salitre no perdonan a nadie y el casco estaba realmente afectado, con un color enfermizo. A base de rodillo y aceites la madera empezó a relucir. Hacía tiempo que no olía de nuevo ese aroma a “madera”. La navegación no se diferencio mucho de la travesía hacia Sri Lanka, olas por la banda de estribor que hacia recordarnos que estábamos en un barco. Balances y más balances. Sin contar el tiempo en Colombo (3 días) llevábamos más de 10 días moviéndonos de esa forma. Algo empezó a no cuadrar cuando miramos hacia el mastelero de la mayor, el palo que está por encima de la cofa, y vimos que los obenques estaban otra vez en banda. Esa misma tarde subieron a tope de palo a ver qué pasaba ya que se habían tensado el día anterior. La respuesta fue que el sombrerete, lugar donde se aferran los obenques, burdas y stays, se había rajado como si fuera una piel de plátano.

Esa pieza es de acero y se fue machacando a lo largo de los últimos días con tanto balance. A pulso, ya que por los flechastes no era seguro subir por miedo a que se desprendieran del sombrerete, se subieron para hacer una reparación de respeto abrazando al palo todo lo que se podía caer. La situación era grave pero no crítica, en el peor de los casos se podían desprender los obenques y más complicado era, pero podía suceder, caer el mastelero.
Menos mal que la mar fue calmándose y, aunque fuésemos a motor, fuimos tranquilos, acercándonos al norte de Sumatra, una zona arrasada por el Tsunami del 2005, que parecía que ya estaba saliendo del duro golpe ya que la zona estaba infestada de pequeños pesqueros que no sabias si venían o volvían. Por la noche solo se veía una especie de nueva constelación justo pegada en el horizonte que se iban moviendo según nos acercábamos. Al doblar la isla nos metimos de lleno en el estrecho de Malaca. La mar era un espejo, llena de troncos y objetos artificiales que algún desaprensivo los arroja pensando que ese “gran basurero” se lo tragara. El color del agua había cambiado de un azul marino a un verde esmeralda, debido a las lluvias torrenciales que llegan a la costa. Teníamos suerte, parecía que todas las tormentas monzonitas nos iban esquivando, al igual que los pesqueros.

Al día siguiente el calor apretaba y la idea del capitán de hacer un ejercicio de hombre al agua me parecía un poco duro en esa situación. Algunas veces soy demasiado ingenuo, no había pillado que el ejercicio era hacer una paradita en medio del Estrecho de Malaca para pegarnos un baño. La experiencia fue buenísima, subiéndonos por los flechaste y utilizando la amura a modo de liana, dándonos un impulso podíamos separarnos lo suficiente del barco como para verlo desde el aire completamente. Volteretas y caídas dolorosas de espalda fueron continuas. El agua estaba caliente, y de vez en cuando penabas que clase de animal peligroso come-hombre se hallaría bajo el agua, aunque estábamos defendidos por la escopeta de Gonzalo, el capi. Lo único que vimos peligroso fue una medusa del tamaño de una paella.
Muchas veces es mejor estar calladito. Al cabo de dos noches, justo por la proa, podíamos observar los destellos de los rayos. Suponíamos que nos esquivaría, pero no fue así, se acercaba poco a poco. Por lo menos nos limpiara el barco, ¡y a nosotros! Sacamos el H&S para enjabonarnos bien y nos pusimos a esperar. Al principio fueron cuatro gotas que no hacían daño, pero al cabo de unos minutos vimos lo más parecido a la tormenta perfecta, rayos cayendo a escasos metros de nosotros esperando que nunca nos alcanzara alguno ya que no tenemos pararrayos y eso supondría la rotura de la base si nos alcanzara alguno, confiemos que los demás barcos que pasan por el dispositivo de separación sean más golosos que nosotros para los rayos. Al final lo que preveíamos apareció: fue como un cubo de agua continúo sobre nosotros, no sabíamos si había más agua por encima o por debajo. El agua empezó a entrar en el barco por cualquier fisura que encontrara, ayudada por las rachas de viento de más de 40 nudos que hacían un poco incomoda la estancia en cubierta. Para hacer más amena la velada “Croquet” desempolvo la caña de lomo que reservaba para las ocasiones más especiales, y así pasamos la noche hasta el cambio de guardia, limpios para meternos en la cama. Buenas húmedas noches.