lunes, 15 de noviembre de 2010

Leyte ... adios Filipinas

Y sin quererlo, estiramos unos días más en Filipinas atracando en Maasin, en la isla de Leyte, más concretamente en el Sur de Leyte. De todas las recepciones de bienvenida que hemos tenido, sin duda esta ha sido la más animada, se colaron un gran grupo de chavales en el barco, las niñas a proa, los músicos en el centro y a popa los chavales. El ritmo que metieron fué tan bestial que acabamos bailando al son de su coreografía. Al terminar de bailar volvió el fantasma de “picture?”, se agrupaban y empezaban a chillar como si fuesemos famosos... nunca entenderemos porqué se pensaban eso, muy rara sensación.

Que más contar... las vistas del hotel en primera linea y con el Galeón de fondo, casi casi se podían hacer las guardias desde el balcón tomando un ron.
De las guardias en puerto, agotadoras, entre fotos, guiar a la gente, responder cien veces a la misma pregunta, escuchar que nuestras narices grandes son muy bonitas (¿?)... Cada noche teníamos cena en frente del barco, cebandonos hasta volver a pensar que el día antes de marchar nos cocinarían (estoy bromeando, por si alguno de Leyte lee esto). Una de las cosas que me sorprendió fue una bebida que nosotros la tenemos como propia, es el Kalimotxo. Pues no hermanos y hermanas, no señor, aquí también la beben. De hecho vino el gobernador de Leyte Sur con una garrafa de vino tinto (que al final resultó ser vino de coco) para que lo probasemos. Me decía que lo mezclara con Coca-Cola... y yo pensando que se estaba riendo de mi... mal por dudar, cuando le di el primer sorbo y me di cuenta que lo que bebía era algo como vinagre de coco, decidí verter toda la Coca-Cola que tenía a mi alrededor. Ahora era otra cosa, recordando mis viejos tiempos de borracheras, pero esta vez con el gobernador y el cura de la ciudad, otro rollo. Otra cosa que nos han estado enseñando es el baile del bambú, en toda las islas en las que hemos pasado nos han ido instruyendo, pero mi patosidad me ha prohibido dedicarme a eso profesionalmente. El baile en cuestión es danzar entre dos cañas de bambú puestas en el suelo paralelamente, abriendo y cerrando el espacio entre ellas, colocando tu pie en el hueco cuando se abren, todo esto al ritmo de la música, que cada vez se acelera más. Acabé sin tobillo.


Pues bien, un poco de naturaleza es lo que toca y nos vamos a la isla de Limasawa, uno de los mejores sitios del Mundo para bucear y para avistar ¡tiburones ballena! Como no, pillamos otro bamboat hasta la isla, que se ve es la primera tierra que piso Magallanes cuando llego a Filipinas. Según llegabamos a la isla, la boca se nos hacía más grande, era una auténtica isla paradisíaca, llena de vegetación, rocas volcánicas y casitas totalmente integradas. Esta vez teníamos equipos de buceo para todos, y después de una breve explicación para no palmarla bajo el agua, ya estabamos en ella liandola con los reguladores y agobiandonos, pero eso solo fué un momentin. Cuando nos sumergimos volvimos a vibrar con lo que veíamos, mesas de coral de 2 metros de diámetro, mil peces, peces roca, el peligroso pez león con sus espinas deseosas de matar, morenas, y una sepia de más de medio metro que cambiaba de color y forma cada segundo... y otras cosas que no se que eran pero que eran extraordinarias. No se cuanto tiempo estuvimos sumergidos, pero me pareció una eternidad...y quería más.

Ahora tocaba el momento de llenar la barriga, ¿y como lo hicimos? Aquí fué ya algo para quedarte con la sonrisa en la cara por el resto de tu vida, lo máximo en felicidad. Barbacoa, usando un tronco de palmera cortado, dandole candela al pollo supremo, berenjenas exquisitas y otras verduras que hacen del carnívoro vegetariano. Para que todo pasase mejor, cervecita San Miguel, que aunque parezca lo contrario, es original de Filipinas, y Ron con Cola. Mientras se comía mirabamos a nuestro alrededor y solo pensabamos una cosa, queríamos quedarnos en esa isla a vivir, eramos felices, no necesitabamos nada más. Después de cobrar energía, me metí con Jose y Cesar a bucear a pulmón otra vez, culquier esquina era para ponerla en una pecera y contemplarla para siempre.


Ya empezaba a oscurecer y teníamos que irnos. No me fuí triste, se que algún día volveré a esas aguas... pero ahora nos teníamos que marchar. Ya un poco más borrachos, nos subimos todos en el techo del bamboat y nos pusimos a cantar mientras el atardecer hacía lo mismo pero a su manera.

Esa noche o la siguiente, ahora no recuerdo, fuímos a gastar los últimos pesos que nos quedaban en los 3 bares de karaoke que había en la zona, hechos a base de mimbre y bambú. Sí, terminé cantando...y al día siguiente llovió. El último día, justo cuando me iba a comer, aparece Alexis, una chavala que habiamos conocido el día anterior en el barco. Fué perfecto porque se ve que había hablado con algunos de nosotros para ir a comer a su casa (de 120 años) con su familia, como no, me apunté. Se lo tengo eternamente agradecido, la cantidad de comida, el tipo de comida, donde había hasta algas, la compañía y pasar un día en una familia filipina, con sus costumbres, como el tema de siempre tener música a todas horas (y buena música,) hasta el tema de no usar cuchillo para comer, para eso usan la cuchara. Como no, anćdota: mientras comíamos aparece un tipo con una serpiente para vender. La foto es justo cuando me la habían pasado, luego me hice con ella, nos corrimos buenas juergas...Y esa es toda nuestra experiencia en Filipinas, uno de los mejores sitios del Mundo para visitar a mi parecer. Dejo algo claro, quien piense en hacer una escapadita por allí, que cuente conmigo.



El paraiso de Bohol

Y si pensaba que era insuperable, aquí llega Bohol, concretamente en Loon, no ya por la gente sino por los paisajes que íbamos a redescubrir. Tal como llegamos a Loon pillamos bus y de ahí a recorrer parte de la isla, digamos que un poco de historia, como algo interesante, nos llevaron al lugar donde Legazpi hizo un pacto de sangre con el jefazo de la isla haciéndose una corte en el pecho y bebiendo ambos la sangre de los dos mezclada (y todo eso sin hielo, que asco...). Por la tarde dejamos al guia que se largara y nos lo montamos a nuestra bola. Comenzamos a andar por lo que sería un paseo marítimo quedandonos con la lengua fuera cada vez que veíamos una de las casas hechas de madera, ventanas que usaban el nácar de las conchas para hacer de cristal y al ladito de la costa, a todo eso, añadirle el atractivo de que tuvieran mas de un siglo de antigüedad. Seguimos explorando y nos encontramos con una caseta-mirador hecha de bambú donde una familia de pescadores pasaban la tarde, viendo como atardecia. Les preguntamos y nos unimos a ellos. El atardecer junto a ellos no tuvo desperdicio. Así nos pasamos media hora disfrutando de los colores anaranjados de la luz.

Al día siguiente nos dio por pillar unas motos, pero después de negociar conseguimos un todoterreno y dos motos por nada y menos. Como regalo, el tipo del alquiler me ofreció a probar una especie de dátiles...¡cabronazo! Era la cosa mas amarga del Mundo, el tio se partia y a mis glándulas salivares se acordarían de él toda mi vida. Como no, pillé algunas para repartir en el barco... Empezamos a conducir adapatándonos a su estilo, es decir, encajarte donde veas el hueco. Así llegamos a las cascadas de Mag-Aso, en Antequera. Ahí empezamos a disfrutar, laguito de aguas cristalinas con cascada, selva y lianas.

Después de hacer un poco el mongol pillamos coche y nos pusimos en camino hacia las Chocolate Hills, en Carmen, el centro de Bohol. Cuando nos dimos cuenta, la gasolina estaba como para empezar a empujar el coche y ahí apareció el lugar, un puesto en medio de la selva que decía que vendía gasolina, pero lo raro es que no tenía ningún surtidor. De todas formas paramos a preguntar. Cuando le pedimos por la gasolina, la chica nos sonrió y nos preguntó cuantos litros queríamos. Ahí nos dejó partidos, cuando saco los litros en ¡botellas de Coca-Cola! Metimos los litros y seguimos.

No habían pasado más de 5 minutos cuando nos encontramos a Eloy y Guti, que iban en la moto. Guti había pinchado y casualmente, los de la aldea más cercana podían arreglar la moto. Una vez arreglada nos fuimos a comer un pollo hecho a las brasas exquisito, creo que en mi vida he comido algo así. A partir de ahí, me cambio a la moto y comienza el Camel Throphic, caminos de tierra, cada vez con mas boquetes, y si no fuera suficiente, comienza a aparecer barro, yendo la moto de lado a lado y quedando las motos y nosotros con fango hasta en los dientes. Después de más de una hora de caminos espectaculares de tierra por el centro de la selva, llegamos a las Chocolate Hills, unas formaciones montañosas raras de cojones. Mejor una imagen que intentar explicarlo:

La vuelta en moto fue otra aventura, de noche y pasando por túneles de árboles inmensos. Al cabo de una hora y medio llegamos a casa, solo pensando en que esto hay que disfrutarlo, dándole vueltas a la cabeza para ver que podíamos seguir haciendo...Pero eso lo teníamos que hacer desde Tubigon, el próximo puerto en Bohol que teníamos que conquistar.


Al llegar tuvimos una recepción impresionante, que se alargo durante todo el día terminando en la cosa más curiosa que podíamos imaginar. Resulta que nos llevaron al polideportivo del pueblo, nos pusieron en el centro de la cancha de basquet y ahí a cenar mientras todo el pueblo nos miraba sentados en las gradas como si fuéramos animales de circo. Todo hubiera ido de una forma sutil si no hubiese sido por los regalos en forma de botella de alcohol que el gobernador nos había plantado en medio de cada mesa. Todo eso sin tener todavía un plato de comida delante. Litros de alcohol y más concretamente el ron filipino Tanduray, de calidad extrema y por el precio de un bocata de jamón serrano. Al final terminó como tenía que terminar, todos nosotros borrachos sin saber lo que es el ridículo, con cintas rosas por la cabeza, quitando al grupo que cantaba del escenario, cantando la Bamba, robándoles la guitarra (y tocando a modo Guitar Hero). Os recuerdo que teníamos público, lo que en ese momento era lo que menos nos importaba. Lo peor de todo es que todo eso está grabado. A partir de ahí ya no recuerdo nada más.


Al día siguiente, con un poco de resaquilla, nos llevaron de excursión a “la isla”. Imaginaros por un momento ese trozo de arena en medio de ningún sitio, con una choza y aguas cristalina. Pues allí fuimos. Con dos pedazo de bamboat de 15m volando sobre el agua. La verdad es que no hay mucho que contar, solo que nos dejamos llevar por el relax, la comida y las cervecitas. Un día perfecto aislados del Mundo.

No costó mucho para tener un nuevo plan, ir a bucear a la isla de Cabilao. La aventura para llegar no tenía desperdicio, primero pillar un bus, que solo sale cuando esta lleno, mientras esperas en su interior con la música a tope, supongo que será algún método de anestesia para que no nos diésemos cuenta de lo que se nos venía encima. El ir por una carretera a 80 y que parezca que vas a 300, no tiene precio, a parte de haber cambiado las suspensiones por piedras. Otra historia es donde ponen la gasolina, es tan fácil como llegar a la gasolinera, levantar a uno de los pasajeros, quitar el asiento y echar la gasolina directamente en el depósito. Después de 45 min llegamos al siguiente punto, donde teníamos que pillar taxi-moto, 3 en una y 4 en otra por caminos de piedras, una odisea. Por último navegar en un bamboat, barco típico de Filipinas que por 500 pesos nos llevaría a la isla. Allí, casualidades de la vida, hacia unos días el gobernador había invitado a algunos del Galeón a bucear gratuitamente, y por eso, a nosotros también nos tocó la lotería. Conocimos a un francés y tres francesas que trabajaban para una ONG para ayudar a jóvenes a crear su propio empleo. Muy buena gente que les hicimos pasar por “galeónicos” para que también les saliera gratis. No quiero olvidarme de comentar que eramos los únicos en toda la isla por ser temporada baja. A continuación a bucear, como no había equipos suficientes, lo hice a plumón acompañando a los de las botellas, luego me desmarqué y fuí a lo mio. El paisaje era increíble, un bosque de coral de todas las formas y colores, parecía que estábamos en otro Mundo. Ponerte a bajar por una pared de coral hacia las profundidades y pensar que el fondo estaba a 100m daba respeto. Fue un momento personal, disfrutando del silencio y de lo que el paisaje me brindaba. Como guinda, el francés, que también iba a pulmón, me enseño una cueva de unos 6m que se podía cruzar. Meterse por ahí con bancos de peces rodeándote mientras cruzabas y ver la luz asomando por la salida ponía la piel de gallina, pero no de miedo, sino de placer...

De vuelta a casa, pillamos otra vez el bamboat pero esta vez eramos 14, y la barca no daba de si, cada ola que pillábamos hacia que el patrón pusiera cara de haber mordido un limón... pero al final llegamos. Ahí nos esperaba un Jeepy colorido donde nos metieron a todos, llegando tarde al próximo evento, esta vez más tranquilito.


Y bien, así termina la experiencia en Bohol, un sitio al cual quiero volver.



Cebu y su gente!

Y que contar de Cebu... todo positivo. Llegando a la isla hicimos una parada en el islote de Malapascua, lleno de cocoteros y arenas blancas. Un sitio para esconderse y perderse, pero como no, algunos teníamos guardia y nos quedamos con las ganas de pisar esa isla. Ya en Cebu city otra recepción impresionante, bailoteos locales y música de todo tipo tocada por chavales. La alegría nos duro poco, ya que al rato de haber atracado nos hacen movernos a otro punto, justo en frente de la casa de verano del gobernador, un mejor sitio. A partir de aquí empieza lo bueno, hotelazo, furgonetas a nuestra disposición y comidas, todo pagado por una organización y por el gobierno de Cebu. Ese noche, aunque estábamos machacados, salimos a ver que se movía por esos lares, cuatro copas y a aprovechar esa pedazo de cama del hotel.

La verdad es que el tiempo no nos acompaño, lloviendo todo el día por culpa de un tifón que estaba pasando por Manila. Menos mal que esta vez no le dio por pasarnos por encima y despeinarnos, como nos paso en Keelung, Taiwan. Tampoco he tenido suerte para poder visitar la isla mas a fondo, ha sido una estancia llena de actos a los cuales no podíamos faltar. Por ejemplo tuvimos una cena en un sitio muy normal, en el Capitol de Cebu, lo que viene siendo la Casa Blanca de Cebu, donde nos había invitado a cenar la gobernadora, prima hermana de Isabel Preisley. Otra cita fue delante del barco, una cena organizada por la organización, valga de redundancia, en la cual hubo anécdota. Se ve que el capitán no podía asistir al evento, y ¿a quien le toco representarlo? A mi... los nervios empezaron a atacarme y a pitarme los oídos porque no tenia nada preparado. Pero salí, a torear. Menos mal que Kete, uno de la Fundación, traductor de los buenos, me echo una mano, de tal forma que yo no hacia mas que decir palabras vacías y neutras y el traducía como le daba la gana, vamos que podría haber explicado como se hacia una tortilla que Kete diría lo que había que decir.


Al día siguiente fuimos hacia la isla de Mactan, donde el Sr. Lapu-Lapu le pego una paliza al Sr Magallanes, matándolo y jugando una pachanga con su cabeza. Un sitio históricamente atractivo pero un poco aburrido. Pero como queríamos un poco mas de caña nos pasamos por el Mercado del Carbón. El nombre es así, al igual que muchas calles y locales de Filipinas, manteniendo los nombres en español. El sitio no tenia desperdicio, desde frutas de nombres impronunciables, hasta plantas como una especie de palmito del tamaño de una palmera que estaba riquísima. Tampoco queríamos abusar de nuestra suerte comiendo lo que nos ofrecieran, con el peligro de desatar una tercera guerra mundial en el baño. Seguimos caminando y aparecieron las primeras batallas, ¿de qué? Pues de arañas, las ponían sobre un cordel horizontal y las hacían caminar en direcciones opuestas, la primera que caía, perdía ese set.

Cuando llegamos a la carnicería lo que me impacto fue un olor a carne que incluso para un carnívoro como yo, echaba atrás comer carne ese dia. Era muy intenso, y mas intenso ver lo que hacían con cada parte del animal. Al rato de caminar nos empezó a caer el diluvio universal y tuvimos que meternos bajo los plásticos de unos puestos en la calle más tétrica del mercado, menos mal que aparecieron unos chavales que empezaron a jugar bajo los chorros del agua que caía desde los toldos.

Yo no me enteré pero para haceros una idea de donde nos habíamos metido, apareció un tío preguntando por unas gafas de sol que llevaba Guti, él le contestó que eran “made in China”, a lo que el otro le respondió sacando una pistola y diciendo que era “made in Spain”, todo esto con una sonrisa en la cara.

De Cebu, no tengo más que contar, se que es un sitio al cual quiero volver, la gente que hemos conocido, a parte de los paisajes que por mala fortuna no pude visitar.