lunes, 15 de noviembre de 2010

El paraiso de Bohol

Y si pensaba que era insuperable, aquí llega Bohol, concretamente en Loon, no ya por la gente sino por los paisajes que íbamos a redescubrir. Tal como llegamos a Loon pillamos bus y de ahí a recorrer parte de la isla, digamos que un poco de historia, como algo interesante, nos llevaron al lugar donde Legazpi hizo un pacto de sangre con el jefazo de la isla haciéndose una corte en el pecho y bebiendo ambos la sangre de los dos mezclada (y todo eso sin hielo, que asco...). Por la tarde dejamos al guia que se largara y nos lo montamos a nuestra bola. Comenzamos a andar por lo que sería un paseo marítimo quedandonos con la lengua fuera cada vez que veíamos una de las casas hechas de madera, ventanas que usaban el nácar de las conchas para hacer de cristal y al ladito de la costa, a todo eso, añadirle el atractivo de que tuvieran mas de un siglo de antigüedad. Seguimos explorando y nos encontramos con una caseta-mirador hecha de bambú donde una familia de pescadores pasaban la tarde, viendo como atardecia. Les preguntamos y nos unimos a ellos. El atardecer junto a ellos no tuvo desperdicio. Así nos pasamos media hora disfrutando de los colores anaranjados de la luz.

Al día siguiente nos dio por pillar unas motos, pero después de negociar conseguimos un todoterreno y dos motos por nada y menos. Como regalo, el tipo del alquiler me ofreció a probar una especie de dátiles...¡cabronazo! Era la cosa mas amarga del Mundo, el tio se partia y a mis glándulas salivares se acordarían de él toda mi vida. Como no, pillé algunas para repartir en el barco... Empezamos a conducir adapatándonos a su estilo, es decir, encajarte donde veas el hueco. Así llegamos a las cascadas de Mag-Aso, en Antequera. Ahí empezamos a disfrutar, laguito de aguas cristalinas con cascada, selva y lianas.

Después de hacer un poco el mongol pillamos coche y nos pusimos en camino hacia las Chocolate Hills, en Carmen, el centro de Bohol. Cuando nos dimos cuenta, la gasolina estaba como para empezar a empujar el coche y ahí apareció el lugar, un puesto en medio de la selva que decía que vendía gasolina, pero lo raro es que no tenía ningún surtidor. De todas formas paramos a preguntar. Cuando le pedimos por la gasolina, la chica nos sonrió y nos preguntó cuantos litros queríamos. Ahí nos dejó partidos, cuando saco los litros en ¡botellas de Coca-Cola! Metimos los litros y seguimos.

No habían pasado más de 5 minutos cuando nos encontramos a Eloy y Guti, que iban en la moto. Guti había pinchado y casualmente, los de la aldea más cercana podían arreglar la moto. Una vez arreglada nos fuimos a comer un pollo hecho a las brasas exquisito, creo que en mi vida he comido algo así. A partir de ahí, me cambio a la moto y comienza el Camel Throphic, caminos de tierra, cada vez con mas boquetes, y si no fuera suficiente, comienza a aparecer barro, yendo la moto de lado a lado y quedando las motos y nosotros con fango hasta en los dientes. Después de más de una hora de caminos espectaculares de tierra por el centro de la selva, llegamos a las Chocolate Hills, unas formaciones montañosas raras de cojones. Mejor una imagen que intentar explicarlo:

La vuelta en moto fue otra aventura, de noche y pasando por túneles de árboles inmensos. Al cabo de una hora y medio llegamos a casa, solo pensando en que esto hay que disfrutarlo, dándole vueltas a la cabeza para ver que podíamos seguir haciendo...Pero eso lo teníamos que hacer desde Tubigon, el próximo puerto en Bohol que teníamos que conquistar.


Al llegar tuvimos una recepción impresionante, que se alargo durante todo el día terminando en la cosa más curiosa que podíamos imaginar. Resulta que nos llevaron al polideportivo del pueblo, nos pusieron en el centro de la cancha de basquet y ahí a cenar mientras todo el pueblo nos miraba sentados en las gradas como si fuéramos animales de circo. Todo hubiera ido de una forma sutil si no hubiese sido por los regalos en forma de botella de alcohol que el gobernador nos había plantado en medio de cada mesa. Todo eso sin tener todavía un plato de comida delante. Litros de alcohol y más concretamente el ron filipino Tanduray, de calidad extrema y por el precio de un bocata de jamón serrano. Al final terminó como tenía que terminar, todos nosotros borrachos sin saber lo que es el ridículo, con cintas rosas por la cabeza, quitando al grupo que cantaba del escenario, cantando la Bamba, robándoles la guitarra (y tocando a modo Guitar Hero). Os recuerdo que teníamos público, lo que en ese momento era lo que menos nos importaba. Lo peor de todo es que todo eso está grabado. A partir de ahí ya no recuerdo nada más.


Al día siguiente, con un poco de resaquilla, nos llevaron de excursión a “la isla”. Imaginaros por un momento ese trozo de arena en medio de ningún sitio, con una choza y aguas cristalina. Pues allí fuimos. Con dos pedazo de bamboat de 15m volando sobre el agua. La verdad es que no hay mucho que contar, solo que nos dejamos llevar por el relax, la comida y las cervecitas. Un día perfecto aislados del Mundo.

No costó mucho para tener un nuevo plan, ir a bucear a la isla de Cabilao. La aventura para llegar no tenía desperdicio, primero pillar un bus, que solo sale cuando esta lleno, mientras esperas en su interior con la música a tope, supongo que será algún método de anestesia para que no nos diésemos cuenta de lo que se nos venía encima. El ir por una carretera a 80 y que parezca que vas a 300, no tiene precio, a parte de haber cambiado las suspensiones por piedras. Otra historia es donde ponen la gasolina, es tan fácil como llegar a la gasolinera, levantar a uno de los pasajeros, quitar el asiento y echar la gasolina directamente en el depósito. Después de 45 min llegamos al siguiente punto, donde teníamos que pillar taxi-moto, 3 en una y 4 en otra por caminos de piedras, una odisea. Por último navegar en un bamboat, barco típico de Filipinas que por 500 pesos nos llevaría a la isla. Allí, casualidades de la vida, hacia unos días el gobernador había invitado a algunos del Galeón a bucear gratuitamente, y por eso, a nosotros también nos tocó la lotería. Conocimos a un francés y tres francesas que trabajaban para una ONG para ayudar a jóvenes a crear su propio empleo. Muy buena gente que les hicimos pasar por “galeónicos” para que también les saliera gratis. No quiero olvidarme de comentar que eramos los únicos en toda la isla por ser temporada baja. A continuación a bucear, como no había equipos suficientes, lo hice a plumón acompañando a los de las botellas, luego me desmarqué y fuí a lo mio. El paisaje era increíble, un bosque de coral de todas las formas y colores, parecía que estábamos en otro Mundo. Ponerte a bajar por una pared de coral hacia las profundidades y pensar que el fondo estaba a 100m daba respeto. Fue un momento personal, disfrutando del silencio y de lo que el paisaje me brindaba. Como guinda, el francés, que también iba a pulmón, me enseño una cueva de unos 6m que se podía cruzar. Meterse por ahí con bancos de peces rodeándote mientras cruzabas y ver la luz asomando por la salida ponía la piel de gallina, pero no de miedo, sino de placer...

De vuelta a casa, pillamos otra vez el bamboat pero esta vez eramos 14, y la barca no daba de si, cada ola que pillábamos hacia que el patrón pusiera cara de haber mordido un limón... pero al final llegamos. Ahí nos esperaba un Jeepy colorido donde nos metieron a todos, llegando tarde al próximo evento, esta vez más tranquilito.


Y bien, así termina la experiencia en Bohol, un sitio al cual quiero volver.



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