domingo, 5 de diciembre de 2010

En las olas de Singapur

Llevamos ya varios días navegando hacia Singapur, esta vez si que estamos de vuelta, un poco apenados por no poder completar la vuelta al Mundo como teníamos pensado, pero las condiciones que tenemos, tanto como de tiempo como del mismo barco no son las más apropiadas para cruzar el Pacífico. Por otra parte nos vamos con una sonrisa que va más allá de oreja a oreja por haber podido conocer Filipinas, un sitio que hace plantearte que la forma de vivir a la que estamos acostumbrados no es la única que existe.


Ya por el norte de la isla de Borneo nos encontramos primero con un tronco. Lo esquivamos. Aparecen dos más. Los esquivamos. Aparecen unas manchas en el horizonte que nos hacen creer que son los lomos de unas ballenas, pero según nos acercamos vemos que son más troncos. Ya que hemos caído en el error, gritamos que hay unas ballenas por babor... la tripu tardó en darse cuenta de lo que estaban fotografiando eran tronquetes. Pero no tardamos en pasar de la broma a un auténtico campo de minas de troncos. Mirases donde mirases había troncos, tantos que podíamos hacer otro Galeón con ellos y tan grandes que el palo mayor lo podíamos hacer de una pieza... (si es que uno se queda agusto cuando exagera de esta manera). Pues así navegamos durante unas horas, con los prismáticos clavados en los ojos haciendo más eses que un borracho para no clavar uno de esos troncos por la proa. Nunca supimos de donde podían salir tanto tronco ya que estábamos a más de 50 millas de la costa.


Pues bien, arribamos por fin a Ruffles Marina, al Oeste de Singapur, después de atravesar toda la isla con más barcos que coches en el parking del Carrefour esperando a … simplemente esperando. Nada más llegar nos pusímos a trabajar sin parar, de sol a sol. Fueron unos días duros, a 37º a medio día, impregnados en pinturas de distintos tipos pegajosas como la miel, colgados como monos de las vergas y dejando el barco como recién salido de fábrica. Pero no todo fue trabajar, una noche hicimos barbacoa en el barco, invitando a quien se pasara, tocando la guitarra, bailando y comiendo y bebiendo lo imposible. Esa noche conocimos a un grupillo de amiguetes de distintos sitios de Europa con lo que salimos de marcha al cabo de unos días por el barrio árabe, acabando todos en el ático del piso de Alice, una del grupillo. Antes de salir esa noche nos dió por volver a pasar por China Town otra vez a recordar la comida china y a soltar las cuatro palabras que aprendimos en Shanghai. De ahi a Little India a cenar una recomendación de Alice. Una especie de crep relleno con pollo y queso que,según ella, no picaba, (siempre que tengas la lengua de hormigón armado) pero nosotros tubimos que cortarnos los labios y la lengua para seguir comiendo. Aprendimos también a comer como los indues, coger el trozo de comida con los dedos e introducirlo casi hasta el estómago directamente, sin rozar los labios. Creerme que funciona, que al final no pica tanto, o por lo menos no sientes los labios como si tuvieras 2 Kg de Votox en cada uno.


Un domingo nos fuimos a la isla de Sentosa a, principalmente, una piscina que crea una ola perfecta para hacer surf de forma contiua. La isla en si es un gran parque temático en Singapur que se utiliza como válvula de escape para los locales, con sus playitas, chiringuitos como el Café del Mar y atracciones de todo tipo. Pero nosotros fuimos directamente a la piscina. Al llegar entró el nerviosisimo, la ola era grande, muy grande y las caidas, todavía más majestuosas. Pero al final nos decidimos, pagamos y nos vimos con la tabla en la mano. Todo iba bien hasta que aparecieron tres profesionales que no hacian más que pegar brincos, chulearnos moviendose de lado a lado y humillandonos lanzándonos agua con la tabla, una sutil forma de escupirnos. Y nosotros no hacimos más que el payaso, nuestro estilo profesional, pegandonos talegazos cada vez más grandes y más ridículos según nos confiabamos. Recuerdo una caida en la que me arrastro el agua hasta la cresta de la ola, de ahí quede levitando durante un milisegundo que me pareció una hora y de ahí caida al vacío, cayendo de cabeza y entrando en un agujero de gusano tiempo-espacio a modo de lavadora que sin darme cuenta me dejó sentado en una piscina paralela donde te escupía la ola, pero que todavía no se como llegué allí. En las fotos, menos mal que solo se muestra un instante y se podría pensar que controlo, pero no es así, es el momento previo a la caida de “videos de primera”. Terminamos hablando con el propietario del local y preguntándole que como podíamos exportar su idea a España. Fácil, pagando.


Al día siguiente, agujetas, dolor en el cuello que se resolvió con un potingue de bálsamo de dragón y recordando lo bien que nos lo habíamos pasado y que todavía nos quedaba mucho trabajo por completar. Al final, de diez días que estuvimos, dos libramos, menos mal que en la marina teníamos piscina donde aprendimos a hacer la peligrosa voltereta hacia adelante, hacia atrás y enseñé como se hacia el “supreme”, una técnica depuradísima y complicada donde te dejas la nuez en el cogote.


El próximo destino, Galle, en Sri Lanka, paso a paso más cerca de casa.