jueves, 10 de marzo de 2011

La Luna de Estambul

Después de salir de Port Said no sabíamos que nos íbamos a encontrar en Turquía. Nos hablaban de que haría frío y que coincidiríamos con Juan Sebastian El Cano, el buque escuela de la Armada Española. No sabíamos nada más. La travesía no fue muy complicada, en pocos días estábamos en el Mar Egeo, al que llegamos a toda vela, por fin sacamos todo el trapo. Para llegar a Turquía primero hay que cruzar el “Estrecho de Dardanelos”, la entrada al Mar Bósforo”, con una separación entre Asia y Europa de menos de media milla. Es curioso mirar a un lado y ver un continente, mirar al lado opuesto y saber que es otro. Toda la travesía hasta Estambul fue muy tranquila, como si navegásemos por una piscina. Ya en Estambul ojos como platos y con unas ganas tremendas de ver más cerca lo que estábamos contemplando, decenas de mezquitas y palacios.


Después de situarnos un poco, vayamos a lo que me gusta contar, lo que vivo en cada ciudad que visito, por si algún día alguien quiere visitar alguna o, mejor aún, volver con alguien. Pues bien. Lo primero que sufrimos fue frío, muchísimo frío, demasiado creo yo. Ya nos habían contado que hacía frío pero ¿tanto?. Pensar que hacía cosa de un mes estábamos en chanclas y bañador y ahora eramos azules como los Pitufos. Ahora si que íbamos a tener una segunda piel que nunca nos abandonaría, nuestra querida ropa térmica. El trabajo fue de sol a sol (menos mal que en invierno oscurece antes), y los que no estábamos de guardia nos perdíamos por la ciudad a ver lo que podríamos ver cuando tuviésemos salida diurna. Como no nos pusimos finos a kebaps, pide, shawarma, (viva nuestra dieta equilibrada), narguiles de naranja, manzana, melón y café. El agua para ellos no existe a la hora de comer, beben Agar, yogur para nosotros. También probamos un aguardiente típico de la zona que se llama Raki... borrachera dolorosa si te pasas. Las marchas allí son caras (y eso que todavía no usan el Euro, sino la Lira Turca que vale la mitad que el Euro), o por lo menos para nosotros que, acostumbrados a pagar (o casi que nos paguen) menos de un euro por tomarte una cerveza, todo nos parece caro. Es curioso pensar que según te desplazas hacia el Este, los precios se derrumban, que pena que la Tierra sea tan “pequeña”, ya que un poco más de viaje y los precios no existirían (bueno, me dejo de pensar tanto que duele).


Después de trabajar y trabajar, por fin aparece El Cano, empieza la competición de “tunning” de barcos de época, a ver quien puede fardar de barco. No quiero ser sembrador de tempestades, pero se veía envidia en sus ojos al ver donde y como estaban ellos y como nosotros. Alguno nos confesó que su puesto estaría en nuestro barco (¡normal!). La llegada de este la recibimos desde las alturas de los obenques y viendo por primera vez ese barco tan nombrado tan cerca que no tardaríamos en visitar. Un poco de uniforme por aquí, otro por allá, saludos y de cabeza a visitarlo. Mi impresión: un barcazo viejito pero muy cuidado. Hace unos años, sin lo vivido a bordo del Galeón, podría haber dicho que El Cano estaba en perfectas condiciones, pero ahora mismo, y comparándolo con el Galeón, se ven muchas chapucillas que no entiendo como están allí, siendo 220 a bordo. Otra cosa que nos amargo un poco fue el “ahí no podéis entrar”, “eso no se puede visitar” y similares respuestas al intentar ver un poco más del barco. Puede que no diésemos con el guía apropiado. Pero bueno, la grandiosidad del buque no se la quita nada ni nadie.

El Galeón, El Cano (gracias Miguel Talegón)

Unos días antes de que se fueran aparecieron algunos de la tripulación de El Cano que vinieron con la mejor tarjeta de presentación que podían traer, ¡J&B y café español! Asi si. Hicimos una buena noche, tras la cortina improvisada en la cocina para cortar un poco el frío. Terminé un poco mareadillo... será la falta de costumbre supongo.

¿Y que hice por Estambul? Pues visitar la calle comercial que llega hasta Taksim Square, donde unos años atrás hubo un atentado con bomba (no puedes imaginarlo, ya que es una calle super concurrida). Por allí está la zona de marcha, con sus bares de 4 o 5 plantas estrechas y su música local, bailando lo que para nosotros serían unas sevillanas, con pañuelos en las manos, subiendo y bajando y moviéndose como si se hubieran tomado 3 cafés de golpe. En uno de esos bares tuvimos un percance con un “local” por dejar las chaquetas en el respaldo de una silla ¿será una mala costumbre?, ¿será un insulto? No se, lo que de paso cuento, y eso que no tiene nada que ver, lo que apreciamos con el tamaño de sus cabezas, enormes, ¿vendrá de ahí lo de “cabeza de turco”?. Ya que me pongo a analizar al turco, quiero decir que a primera vista son muy rudos ellos y un poco sosas ellas, hasta que conoces a alguno, luego comentaré. Supongo que nosotros les debemos dar una impresión de majaras perdidos, no sé. Rudos son incluso a la hora de decir “gracias” la palabra que nos hemos aprendido en todos los idiomas. En turco es prácticamente imposible pronunciarlo, nuestra fisionomía bucal no está preparada para producir ese sonido sin tener alguna rotura maxilar, por eso agradecerán tan poco supongo. Y ya por último, ¿cómo puede haber una ciudad en el Mundo donde cada uno con los que hemos intentado negociar algo, ya sea para comprar o pagar han intentado chantajearnos? Alguno incluso nos robo en nuestra propia cara, dándole un billete, esperando el cambio y este respondiendo que no te debe nada de cambio. Mira que veníamos entrenados de otros países, pero con este hemos sacado un master. De hecho, el día que pasamos por el Gran Bazar, un lugar para perderse, unas calles comerciales cubiertas. Venden casi lo mismo en cada una de ellas, suvenirs, artículos de cuero, ropa falsificada, lamparas, narquiles... y de hecho el día que lidiamos en serio con uno de los comerciantes a la hora de comprar unos zapatos, nos dimos cuenta de que teníamos matrícula de honor para comprar. Todo empezó pidiendo lo que valían unos zapatos, me dijo que 80 liras (40 euros), me metí y empezamos a bajar el precio, pero rápidamente vi otro modelo que me gustaba más, por ellos pedía 240 liras (un pastón) yo le decía que no pagaba mas de 80, fue bajando y yo no subía nada. El vendedor cuando se aproximaba a mi precio se empezó a tocar la cabeza como si le fuera a explotar. Pero yo, con la ayuda de Eloy y Currito, no me movía. Cuando ya lo daba por imposible, el turco cedió y me dijo que me los podía llevar por 80. Pero en ese momento, miré a estos dos y les pregunté si ellos pagarían eso. Me dijeron que no darían más de 60. Cuando le dije que 80 no, que los quería por 60, el tipo casi me escupe, pero yo creo que solo para que nos fuéramos de allí dijo que si del tirón, no sin antes intentar quedarse el cambio a la hora de pagarle. Cada vez que miro los zapatos recuerdo la historia, mi premio. También tuve mi lucha a la hora de comprar unas lámparas, me hice un profesional en la asignatura de iluminación y su construcción. No me podían engañar y sabía sus precios. Lo peor de todo esto, es que ya lo usaba como terapia, meterme en una tienda, tener una lucha y salir con las manos vacías buscando otra victima.

Mezquita Azul con sus misiles

Fuimos también a Santa Sofia con su cúpula, su Santo Pancro y sus años, aguantando terremotos desde el siglo VI, a la mezquita azul con sus 6 minaretes (en un principio solo pueden tener 2 según me dijeron) y a las “cisternas” una de las 24 que hay por todo Estambul, la 4ª en tamaño, pero la más famosa. Un recinto enorme bajo tierra, con más de 350 columnas. Las fotos que puedes sacar de ahí son todas ellas buenas. Existe el misterio de las dos cabezas de Medusa que están soportando dos columnas, nadie sabe cómo ni qué hacen allí. También visitamos el Palacio de Topkapi, un extensión enorme, donde te haces a la idea de como vivían los sultanes de la época, las riquezas que poseían, como por ejemplo el diamante de la cuchara, el más grande del Mundo, para robarlo y romperlo en mil trozos. Se llama así porque según se cuenta hubo un personaje que lo encontró escondido entre la basura y no se le ocurrió otra cosa que cambiarlo por tres cucharas de plata. Todavía debe estar dándose golpes en la cabeza cuando se enteró de lo gilipollas que había sido. Lo que nos dejó más extrañados fue la vestimenta de la época, ya que o bien eran gigantes o pesaban 500 Kg, una familia entera podía vivir en cada pernera. Las mangas también tenían guasa, llegando hasta el suelo. Un poco raros si que eran estos sultanes. Subimos a la Torre Galata, desde donde se aprecia una imagen de la silueta de la ciudad que parece pintada. Parece sacada de una ilustración de un cuento (suena a cursilada, pero es verdad), y eso junto a los sonidos que proceden de los minaretes, te quedas descolocado, no estás acostumbrado a este tipo de Mundo. Y así contándolo por encima, es lo que vimos.

Torre Galata y una nariz iluminada

Tuvimos nuestro momento de introducirnos de pleno en la cultura turca, por una parte fumando el famoso narguile, con sabores como manzana, naranja, melón y … expresso. Me falto probar el de fabada (menos mal que no existe). Cafetear en Turquía es un paraíso para un adicto al café como soy yo. El café turco solo tiene un truco: hay que saber tomárselo. Cuándo te lo traen piensas en que vas a tener que pedirte una decena de ellos para poder satisfacer tu gula cafeinomana, pero una vez que te tomas uno, es casi suficiente, y no te digo el primero que te tomas en tu vida y no te dicen que el final no se bebe (no me pasó a mi, pero lo vi, ya tenía experiencia). El hecho es que bebértelo es lo mismo que coger la maceta de geranios de tu tia-abuela y bebértelo, riquísimo. Fumar un narguile es una sensación muy placentera, relaja... y mucho. Jugando al Backamon, juego extendido en Turquía, llegaba un momento donde mi cabeza pedía vacaciones, no era capaz de enlazar un jugada con otra, ¿qué cosas, no?


Pero donde nos sentimos turcos de verdad fue en los Hamam, los archiconocidos baños turcos. Fui a dos distintos, uno en pleno Estambul, uno de los más famosos y antiguo, y por supuesto, de los más caros, unos 40 Euros para entrar, baño y masaje. Tal como entramos nos dieron un pareo a cuadros y unas sandalias de madera, muy complicadas de usar para andar, de hecho los locales del lugar nos imitaron al vernos andar como un pato. De ahí al calor extremo, una mesa octogonal en el centro donde dan los masajes y a los lados fuentes donde te vas echando agua. A los 15 min, cuando estas con la tensión en el meñique del pie, aparece un tipo gordo y con bigotazo (podría ser perfectamente el estereotipo de albañil), pegando un golpe con un cojín sobre la mesa central, te señala y te dice que te tumbes. El masaje no fue nada especial, relajante (me habían dicho que te crujen hasta las orejas), y de ahí al baño. Eso si que relaja. Te sientan y te empiezan a tirar cubos de agua. Después te frotan con una esponja de “crin”, para despellejarte vivo. En un momento del frote me señalo lo que me estaba sacando del brazo: pelotas de piel del tamaño de una croqueta, con eso se podía dar de comer a una familia entera durante un mes. El “lavador” pensaría que me estaba dejando limpio como el culo de un bebé, yo me despedía de lo poco que me quedaba de moreno asiático y de mis células muertas (y alguna viva). Luego toca la espuma, te lava como un coche, cabeza a un lado, brazo hacia arriba, etc... Podrá ser la cosa menos erótica a la que un hombre se pueda afrontar, pero os aseguro que es volver a la infancia, cuando tu madre te metía en la bañera, antes de irte a dormir, te lavaba y entrabas en un sueño eterno. Terminé echando un rato tirándome agua como un elefante y al salir a la calle, dónde estábamos a 5º, me sobraba la ropa, los huesos los tenía incandescentes. Solo pensaba, antes de irme de Turquía lo tengo que repetir.


Y ahora que hacer, pues irnos a esquiar, así por la cara. ¿Pero en Turquía hay estaciones de esquí? Pues se ve que si. A mi me salió el plan por pura casualidad. Llegue al barco preparado para hacer una esperada guardia al día siguiente cuando de repente apreció Alberto pidiéndome un favor: - ¿Puedo HACERTE la guardia de mañana?... pero... ¿qué clase de favor es ese? Es como si el favor fuera aceptar 100 euros porque si. Casualidades de la vida, que al día siguiente Jose y Pepe se iban a esquiar a Bursa. Todo encajó. ¡Viva mi suerte!


Después de tomar un ferry, un bus, un tren, otro bus, un funicular y un microbus llegamos a lo alto de Uludag (la gran montaña). Es curioso como el paisaje cambia completamente si lo comparas con Estambul, y si hablo del carácter de la gente me quedaría corto si dijera que parecen países distintos, mucho mas abierto y con ganas de echarte una mano cunado te ven con cara de pardillo. Arriba en la montaña conocimos a un tipo que nos ayudo a la hora de elegir material y guiarnos de como funciona todo allí, que por ejemplo, las pistas se pagan por uso de telesilla. El día trasncurrió relajándonos mientras nos deslizábamos por pistas de nieve virgen y abetos. Valía la pena haber recorrido tantos kilómetros para ver el espectáculo visual que teníamos alrededor. Por la noche buscamos un hotel, podíamos elegir uno a pie de pista por un precio más que desorbitado o uno que se encontraba al final de un camino secundario, un poco más alejado. El hotel en cuestión podía ser perfectamente el de la segunda parte de la película de “El Resplandor”. Lo dirigían tres ancianos que no sabían más que su propio idioma. El hotel tenía unas 30 habitaciones, todas ellas vacías. Extraño. Cuando le pedimos si nos podía dar una, nos guió por un pasillo oscuro con el mechero encendido a modo de vela, hasta que dio con el interruptor. No salimos en toda la noche de la habitación por miedo a que nos saliera uno de los ancianos mirándonos con un hacha en su mano y un niño en triciclo recorriendo los pasillos.

Yo en el estudio de fotografía

A la mañana siguiente, desayuno, ventisca y a buscar la forma de poder bajar de la montaña, ya que no podíamos esquiar, estaban cerradas las pistas...¡y también el funicular! Conseguimos un microbus con un conductor que sería primo hermano de Fernando Alonso, nunca creí que se podía correr tanto por carreteras heladas, sin poder ver un centímetro del asfalto. Una vez abajo presionando con el pulgar el corazón que se quería escapar por la boca, fuimos a relajarnos a un hamam (se ve que en Bursa existen las mejores termas de toda Turquía), pillando un taxi compartido (a modo de bus, siguen rutas fijas). El baño en cuestión fue lo más tradicional que podíamos haber vivido. Vimos y vivimos la verdadera esencia de los baños, donde ver a dos amigos lavándose mutuamente (no penséis en homosexualidad, pensar en tradición), un nieto bañando a su abuelo y a su amigo de clase. Otra vez optamos para que nos lavaran, esta vez fue otro tema, muchísima espuma y lavado de cabeza hasta quitarte parte del cerebro. En la sala principal existía una piscina con aguas termales donde te al meterte te recordaba a una gran olla con el pollo cociendo para hacer caldito. La tensión nos bajo, incluso creo que llego a pararse. Fueron dos días que no podríamos haber aprovechado mejor. Al llegar al barco, contamos lo vivido y no tardaron en hacer dos grupos más para confirmar esa exquisita experiencia, repitiéndolo.


Los días en Estambul se terminan y debo hacer mención especial a los cocineros que durante 5 meses nos han estado alimentando con una delicadeza que no nos merecíamos. Siempre dijimos que era como comer en un restaurante cada día, restaurante “Los Antonios”. Los echaremos de menos y no solo por su cocina, que creo que nos ira bien para menguar nuestras barrigas, sino como personas, unos grandes amigos que espero mantener para siempre y que me inviten a comer gratuitamente a sus restaurantes cuando estén a la altura de Ferrá Adriá y semejantes. ¿Qué será de nosotros sin vosotros? El pan con agua creo que será nuestro menú diario a partir de ahora...

Nuestro helado preferido

Nos vamos de Estambul, de Turquía, otro país que me apunto para volver, me he quedado con ganas de visitar más lugares, pero que con 2 días libres entre guardia no da para irte muy lejos. Capadocia será la excusa para volver. Ahora ponemos proa hacia las islas Cicladas en Grecia y de ahí al Canal de Corinto. Ya estamos muy cerca, demasiado diría yo, de acabar con la aventura.




lunes, 17 de enero de 2011

Regalo de Reyes: Egıpto



Volvemos al Canal de Suez, pero ahora con frío. Había oido alguna vez que el desierto por las noches es helador, pero hasta que no lo vives no te lo crees. Por el centro del canal, con desierto a ambos lados y con un viento de proa y una temperatura que roza los 10º yo me quiero morir. Para mi a partir de los 20º ya es frío, si, llamame exagerado, pero es que uno se acostumbra a lo bueno y cuando llega lo malo es dificil aceptarlo. Vienen los comentarios de: “el frío es bueno para la circulación”, “una ducha de agua fría es muy saludable”... si, si... y pisar una mierda trae buena suerte, no te jode. Eso solo sirve para consolarte.

Hace gracia ver la cara al práctico del canal cuando nos pregunta donde está el puente y le contestamos que está en él. Pierde todaautoridad al verlo acurrucado en una esquina con un saco de dormir por todo lo alto y un gorro prestado de no se quien con la hoja de maría bordada en él. Después de casi un día cruzándolo (el Canal), y de ver tanques, arena y buques de 250m. cruzando por en medio del desierto, llegamos a Port Said, un puerto que sólo habíamos tocado para repostar y adquirir pertrechos, echamos amarras para quedarnos unos días más. Me toco escribir la crónica de ese día, contando lo sucedido:

“¿Quién huebiera pensado pasar el día de Reyes en pleno Canal de Suez? pues así lo pasamos. Es muy raro navegar por un lugar así, es una auténtica carretera en pleno desierto, pero en vez de asfalto tenemos agua, y en vez de coches, barcos. De hecho, la carta náutica de esta zona está expresada en kilómetros. La imágen de ver un barco navegando por detrás de las dunas no tiene explicación. Creo que volver a recordar el frío que estamos pasando no está demás, así nos ponemos en situación de estar en unas verdaderas (más si aún cabe) Navidades.

Ahora que estamos en situación, toca explicar lo sucedido: después de haber repartido la suerte haciendo un "amigo invisible" por partida doble, nos decidimos a dejar los regalos que los Reyes Magos (esta vez no han sido los padres) habían dejado en una de las camas del sollao. Cada vez que pasaba había algún regalo más. La duda era, ¿de dónde habrán sacado esos regalos si no hemos "casi" parado?, pues está claro, de la pura imaginación, de las ganas y la ilusión que se tiene al ver un paquete con tu nombre escrito en él. Así fué pasando el día, esperando el momento para habrir los regalos, que decidimos retrasarlo hasta la llegada a puerto, pasando a ser "noche de Reyes". Mientras el mercadillo que habían montado la tripulación extra obligatoria por parte de las autoridades de Suez, compuesta por electricistas y amarradores, hizo que cada vez que pasabamos nos replanteabamos si comprar algún suvenir y colocarlo como regalo (al final nadie cayó). Por la tarde Alberto, Jose, David y Miguel se subieron al tope de trinquete y a la cofa para tener una perspectiva todavía mejor de la zona que estábamos atravesando.

Llegando a Port Said, ya de noche, el atraque fué perfecto, pepeleo sin problemas y antes de cenar (spaguetti con ajo y aceite), la repartición de regalos. Hubo mucha inventiva: camisetas, juegos de lógica hechos a mano, dibujos,fotos, llaveros, máscaras, gorros (y gorras perdidas como la de Frede), guantes, comida, libros y carbón (por supuesto) no hicieron más que unirnos más en un momento tan especial.

Por cierto, algo me dice que todas nuestras familias y amistades recibirán algún regalo de Reyes con un poco de retraso cuando nos volvamos a ver.

¡Un beso a todos!

Manu”

Un poco ñoño, pero es Navidad y se acepta.

A la mañana siguiente nos damos cuanta de donde hemos atracado, en frente de un faro que debe tener unos cuantos cientos de años, que lo ha engullido una ciudad caótica, por lo menos es l oque se aprecia desde el barco. Ese día estábamos de guardia pero el siguiente lo dedicamos a explorar El Cairo. Os juro que es una lucha contínua para que no te timen o te vendan algo que no necesitas para nada. Tres horas en bus hasta la ciudad, gastar un poco la suela y ver donde nos encontramos. Estuvimos buscando algo de ropa de abrigo para el frío que se nos avecina en Turquía, pero lo único que conseguimos fué encontrar un bar donde vendían cerveza (creíamos que como pais musulmán no venderían alcohol). Era el bar de pecadores, esos musulmanes que en pleno viernes estaban alcoholizandose. Nos sorprendió que nos pusieran altramuces, esto ya parecía un bar en plena Sevilla. Al llegar a nuestro hostalcerca del museo egipcio que nunca visitamos, me falto poco para quedarme totalmente inconciente hasta la mañana siguiente, que teníamos taxi hacía las pirámides de Giza y un tour en camello y caballo.

Según llegas a la zona faraónica se te pone la piel de gallina al atisvar las pirámides a lo lejos. Lo que siempre habías visto en fotos, ahora lo ves de verdad. También impresiona el ver los edificios a medio construir sin ningún tipo de orden y su tipo de conducción, aunque, sinceramente, después de haber estado en Sri Lanka y comprobar que sus conductores kamikaces tienen siete vidas, el resto de paises se quedan por debajo en cuanto al estilo conduciendo.

Por algún sitio nos la tenían que colar, y fué en el tour por las pirámides, lo peor es que lo sabíamos pero no teníamos ni ganas ni tiempo de discutir, pagamos y nos subimos cada uno en su animal. Eramos 8, 4 camellos y 4 caballos para ir turnandolos. Hubo alguno que después de la visita se quedo desilusionado, pero en mi caso fue una experiencia increible. Si lo miras como un montón de piedras apiladas, no tiene gracia, pero si detrás de la imagen pones la historia de cada una, el tiempo que se tardó en construir y sobretodo el dato de que el último faraón mandase asesinar a todos los que habían participado en la obra y de esta forma salvar el secreto de como construir una pirámide, comienzas a darle sentido a todo eso. A parte, el tamaño que tienen es muchísimo más grande del que aprecias en las fotos, te empequeñeces al compararte con ellas y con cualquier cosa que halla contruido el hombre. Nos permitieron hacernos una foto tocando la pirámide de Gizhe, que está prohibidísmo, y de ahí a la esfinge de Nefertetis, que se cuenta que se contruyó a partir de una piedra que tenía ya esa forma. Pregunté que me comentase la histotia de su famosa nariz, y se ve que Napoleon quiso acabar con la historia de los faraones, que nadie estuviera encima suya y fué cuando mandó bombardear los monumentos. Uno de los proyectiles hizo esa operación de cirujía estética.

Por cierto, mi experiencia en caballo fue todo un éxito, contro absoluto de la situación. Nunca pensé que fuera tan sencillo manejarlo, con un ligero movimiento te hacía caso, pero lo que era el camello... me cago en “to”, ¿qué clase de animal es ese?, Esa boca y su interior da miedo y un poco de asco también, pero los ruidos que emite...¡¡¡Dios!!!, es como tener agua en los pulmones y soplar por ellos (digo esto como si lo hubiera probado ya, pero seguro que suena así). A parte de esto, cuando se levanta, agarrate bien que sino acabarás comiendo arena, primero te balancea hacia adelante, y luego sacudida hacia atrás, ala, ya estás sobre un bicho sacado de la pelicula de “Stars Wars” a tres metros de altura, controlando todo y con el poder en tus manos, aunque para poder, el que te da ir sobre un elefante, pero ese fué otro viaje. Otra cosa que no te cuentan es lo incómodos que son, y como terminan “tus partes” después de ...¿cabalgar?, ¿se puede usar este verbo para un camello? ¿no sería algo como...camalgar?...bueno sigo que me disperso. Ya volviendo, el ir sobre un camello por la ciudad, te das cuenta de lo que estas montando, un bicho enorme.

Ya por la noche al gran zoco de El Cairo, que es para perderse. Empezamos a andar por las callejuelas, dándonos cuenta de que estamos en la “avenida” de las mujeres, toda la ropa era femenina y lo que me volvió a sorprender, la cantidad de ropa con transparencias que venden. Puede que por las calles, las mujeres egipcias vayan muy tapadas, pero supongo que en ambientes más privados la cosa cambia. De todas formas, con todos mis respetos a las costumbres religiosas, el hacer que una mujer vaya asi de tapada por obligación es un pecado. Terminamos comprando desde especias en un callejón escondido entre mantas y telas, hasta infusión de ibiscus, sabor a piruleta. La verdad es que estuve tentado a comprar algún perfume de los que hacen. Es muy típico en Egipto que a base de distintas esencias tu te montes el perfume que quieras. Como yo no tengo ni idea ni olfato ( a parte de la cara de pardillo que puse) , en una de esas tiendas me dieron “el menu de imitaciones” en el que aparecia la colonia que yo uso. Le pedí una muestra y más que perfume me pareció un insecticida que a su vez se mezclaba con esencia de colonia del Carrefur. Puede que los que sepan, pidan un perfume como si comprasen un kilo de pimientos, pero a mi no me resultó muy útil.

Ya de vuelta a “casa” a Port Said, otro día de curro y visitilla por la zona donde fuimos a gastar las últimas libras en dulces, infusiones, ropa de abrigo y... ¡QUESO! Cuanto tiempo sin saber de mi mejor amigo, mi alimento base... creo que con un kilo de uno curado será suficiente para los 5 días de travesía que nos queda hasta Estambul donde ya estoy notando el calor en forma de vapor en un Hamam, porque me parece a mi vamos a tener todo el frío que no hemos tenido en 9 meses de verano juntos (alguien me dijo que hace cosa de un mes había nevado en Turquía). Quiero destacar algo de la gente de Egipto, los que nos viven del negocio del turismo son personas que te ofrecerían una habitación si se lo pidieras, a parte de que hables con quien hables, son gente viajera. Ya se nota el carácter Mediterráneo.

domingo, 9 de enero de 2011

Navidades Índicas


[PÁRRAFO CENSURADO]

Se acercan las fechas navideñas y aquí empezamos a preparar nuestras atípicas fiestas, adornando el barco con todas las decoraciones del momento que tenemos. No nos faltó de nada:

  • Lotería del Niño, donde, como el dinero aquí no sirve de nada, todos pusimos algo de comida que teníamos escondido en los cajones, como chocolatinas, chucherías, fruta fresca, pates, quesos y más manjares. Quien pusiera más comida tendría más números para el sorteo. Después de varias pedreas, nuestros niños de San Indefonso (Alberto y Sergi) sacaron los tres premios gordos. Da igual quien ganara, al final todos teníamos la misma idea, repartirlo.


  • La cena del 24 fue para recordar, redondo de carne con compota de manzana y patatas con bechamel...comimos tanto que por la noche nos arrepentimos de llenar tanto nuestras esbeltas barrigas, buscando sal de frutas para hacer más llevadera la pesadez. Por la noche (ya día 25) recibimos una sorpresa increíble: después de haber mandado un email personalizado a nuestros familiares y amigos, recibimos la respuesta (inesperada). La sonrisa que nos esbozo a cada uno de nosotros fue el mejor regalo que podríamos haber tenido, fue como si en el tiempo que leíamos nos llevase a nuestras casas. Uno a uno fuimos pasando por el ordenador del puente a leer lo que nos contaban.

  • Comida del 25 con sus embutidos, queso (por fin), salmorejo (seguimos en verano) y ensaladilla de langostinos. Otra vez nos llenamos tanto que casi no cenamos.

  • Dia 28: ¡inocentadas por doquier! Miedo me daba solo de pensar en lo que se convertiría el barco con tanto cabrón a bordo. Ya solo para comenzar, el propio barco nos hizo una bromilla, atracándo en Djibouti por unas horas , hacer combustible y un poco de comida. Me resulto muy corta la estancia (solo estuvimos 17 horas) y me quede con ganas de conocer mas sitios, como el punto más profundo de Africa, a -460m que es un lago de sal, y pasearme por la falla que está separando África del Norte de la del Sur, por la que se puede ver la lava borbotear. Pero como dije, me quede con más ganas ya que no salimos del puerto... Como inocentadas estuvo la de quitar los rollos de papel higiénico de los váteres, piquete en la puerta del sollao, colorante en las alcachofas de las duchas, tabasco en la pasta de dientes y preparar café con sal ( en esta caí yo, y eso que tenía intención de hacerla)

Tal como salimos de Djibouti, 3 horas de balances extremos hasta que llegamos al estrecho de Bad El-Mandeb, estrecho de las lágrimas. Allí fue como ponernos el turbo, pasamos de los 7 nudos hasta los 13, que para hacerse una idea es como poner un seiscientos a 180 km-h. Y eso sin velas, solo con la corriente. Al día siguiente si que sacamos mayor, el viento empezó ha arraciar hasta los 35 nudos que hinchaban la vela como si fuera un “klinex”, y las olas por la popa de casi 4 metros no hacían más que lanzarnos. Impresiona ver como surfea un barco de 50 m de eslora: la ola se acerca por la popa, alcanzando la altura del balcón y cuando llega al timón levanta el barco, lo frena, lo inclina hacia proa y lo lanza como si la ola fuera una gran mano. En ese momento notas como se acelera, teniendo que poner el cuerpo hacia popa para guardar el equilibrio. Así estuvimos casi dos días, hasta que lo que no creíamos que iba a pasar, paso. Un rol de viento de 180 grados (que ya habíamos pronosticado con los partes), metiéndonos la ola de proa y haciendo que el barco sufriera cada vez que pegaba un pantocazo. Fue ese momento, con las mismas condiciones, el que nos hizo recordar el día que partimos el palo trinquete, en las mismas aguas, la misma ola, el mismo viento... Yo no quise recordar, solo confiar en que ahora el barco lo conocíamos mucho mejor y teníamos mejor preparado.

Y así seguimos, haciendo bordos por la cara Este del Mar Rojo, avanzando más bien poco, pero conociendo como se comporta este mar, hasta que de repente el mar calmo y pudimos poner rumbo directo al Golfo de Suez. Fueron unos días de respiro, con la alegría añadida de la pesca de atunes. Empezamos a sacar una media de tres al día. Siempre que picaba uno se escuchaba el nombre de “¡¡¡Hugo!!!” (es el problema de llevar casi tres semanas navegando sin parar a penas, le ponemos nombre a todo, el cubo donde colocábamos las piezas se llamaba así). Pero el tiempo no nos dio mucha tregua. Nada más entrar en el Golfo, otra vez mar y viento de proa, otra vez a saltar, a escuchar como cruje todo, como cimbrean los palos, pero ya estamos entrenados y sabemos como tomar este mar sin romper nada. Metiendo unos 40 o 50º a la ola podemos avanzar, muy lentamente, pero se consigue.

El frío... ese compañero que habíamos dejado en España, nos acordamos en Malta y finalmente nos olvidamos de él entre Israel y Egipto, ha vuelto, después de 9 meses de verano ininterrumpido. A una media de unos 2º menos por día ya estamos en los 15º por la noche y puedo asegurar y aseguro que no me gusta nada. Ahora viene el problema de verdad, ¿dónde tengo la ropa de invierno? Lo único que tengo a mano son chanclas, bañadores y camisetas y nos queremos resistir a ponernos algo de abrigo, pero al final, cuando te tropiezas con un pingüino por cubierta te das cuenta de que estas haciendo el idiota pasando tanto frío. El sollado, ese lugar que antes era nuestro escape al calor, convirtiéndolo en una nevera, ahora solo queremos que tenga clima tropical. Vaya mierda, quiero el calor de nuevo, no me adaptaré al frío nunca y si todo parece complicado (más para alguien como yo que se ducha con agua caliente incluso en verano hasta que te salen ronchas rojas), recordamos que el agua para ducharnos la sacamos del mar, a la misma temperatura. A ver quien es el guapo que se ducha ahora. Yo ya estoy pensando en meter una botella con agua en máquinas, para que coja la temperatura ambiente y ducharme con ella. Odio el frío y ahora nos dicen que nos dirigimos a Estambul...voy a llorar, pero ¿no será bonita la estampa de un galeón cubierto de nieve?

Tiempo libre en Sri Lanka

Y por fin Sri Lanka (de nuevo) pero esta vez a otra ciudad distinta, Galle. Esta vez estamos concienciados de que en cualquier momento nos puede pillar un virus estomacal y destrozarnos la estancia de nuevo, pero estamos preparados, tanto en medicamentos como mentalmente. La llegada me gustó, a un lado un templo budista, al otro una muralla de una fortaleza portuguesa. Todo verde y una temperatura que nos hace pensar en esos momentos de playa, tirados, pensando en que hacer, si darte un masaje o tomarte un batido de frutas.

Ese día tenía guardia, un poco de pintura por allí, un poco de orden y el día pasa volando. Al día siguiente corriendo hacemos mochilas que nos vamos de visita. Primero por la ciudad de Galle, pillamos un tuc-tuc, vehiculo que echaremos de menos, ya que no lo volveremos a ver más adelante, a no ser que paremos de nuevo en Sudán, pero eso no está planeado por ahora. Haría un monumento al tuc- tuc por transporte público mejor ideado. El problema es que si lo importase a España me tratarían por un vendedor de cupones. Nos plantamos en el centro de la ciudad, de ahi lo primero que hacemos es empezar a probar comida local (no llevamos ni una hora fuera del barco y ya estamos jugando con nuestra vida). Da igual lo que se comprara que todo picaba, y mucho. Lo único que no picaba era una especie de churro rojo, como un caramelo, que al principio estaba bueno, pero seguidamente cogía un sabor a plástico quemado (no he probado el plástico quemado nunca, pero seguramente sabe así) que no te abandonaba en mucho tiempo, y lo único que te podía quitar ese sabor era pegar un bocao a algo picante, y caías otra vez en el error... a todo esto, me dijeron que para no tener la sensación de picante de la boca, a parte de no comer, es comer coco fresco.

Seguimos andando y nos metimos en el estadio de Criquet más importante de Sri Lanka, un cacho de césped. Hablamos con el encargado y nos comentó que estaba reconstruido después del Tsunami. En ese momento empecé a recordar todo lo que había visto en la tele ese 26 de Diciembre de 2004. Me dijo que él se salvo por haber estado ese preciso momento en las murallas de la fortaleza, que debe tener unos 20 metros de altura, y vio como el agua se retiraba y la gente se metía en donde antes había agua para recoger los peces que estaban saltando, sorprendidos por no saber donde estaba su medio. A los 5 minutos, un muro de 10 metros de altura arrasó con la ciudad, barriéndola, colocando autobuses sobre camiones como un Tetris. Existe una estatua con la mano en alto que indica hasta donde llego la altura de la ola. Esa mano está a unos 8 metros de altura. También está parado el reloj de la “Postal Service” a eso de las 09:15 am. Estuve contemplando esa zona con la estatua, el reloj y la gente que andaba por la zona durante un tiempo, intentando recordar lo que sucedió. No creo que lo que imagine llegue a una centésima parte de lo que realmente pasó.


Al rato, después de patear la ciudad, de ponernos macacos encima y de ver bailar cobras al son de la música, nos fuimos a Hikkaduwa, a base de tren, a relajarnos y comprar. Durante esos dos días no paró de llover como si fuera el típico diluvio... pero eso no nos impidió comprarlo todo: 8 bañadores para los próximos 10 años (espero no engordar), camisetas, máscaras, especias (algunas mortales), telas y chanclas. Creo que con todo lo que llevo ya puedo montar una tienda. La noche la pasábamos en un hotelillo al pie de la playa por unos 5 euros la habitación doble. Lo que me dió más lástima fue ver como había desaparecido la playa, mirando postales de hacía pocos años. Supongo que el Tsunami tiene algo de culpa. Ahí aprendimos a jugar al Carrom una especie de billar mezclado con el juego de las chapas, jugado sobre una madera cuadrada. Los locales están muy viciados.

Volví a reencontrarme con el masajista que me había colocado alguna parte del cuerpo en su sito, pero esta vez mi barriga estaba en su sito, por lo que pude disfrutarlo más. Otra cosa que vimos en Ikkaduwa fué el “Tsunami Memorial”, una casa semiderruida por la onda donde habían colocado fotos del momento y del después. Ponía la piel de gallina al reconocer zonas por las que acabábamos de pasar con cuerpos y toda clase de objetos amontonados, pero sobretodo una foto en la que se veía el momento en el que impactaba la ola contra la costa, levantándose hasta la altura delas palmeras, unos 20m., con gente mirando impotentemente como ese monstruo se les caía encima. Todavía no sé como se pudo obtener esa foto, ya que la hicieron a pocos metros de esa zona. Al salir, nos fijamos en los restos que quedaban en la costa de lo que en su momento fueron hogares, y que ahora solo hay vegetación y algo parecido a una cocina...


Al cabo de unos días, las nubes empezaron a desaparecer, dejando que nos pudiésemos decidir en alquilar unas motos para tener mas independencia de movimiento. El destino no estaba muy claro, pero sabíamos que queríamos ir hacia el centro de la isla. Pues bien, al cabo de luchar para rebajar los precios salimos hacia ninguna parte, y nada más empezar de los 5 que eramos quedamos 3, 2 se perdieron o los perdimos, como se quiera mirar. Tiramos a Ukuressa dirección a Candy, donde está Adam's Peak un sitio al que me hubiera gustado ir pero por lejanía no fue posible. Tal como nos adentramos unos kilometros hacia el centro el paisaje empezó a cambiar bruscamente. De las cuatro palmeritas pasamos a plantaciones de te (nunca antes había visto una planta de te), plantaciones de aceite de Palma y árboles para obtener caucho. Cuando llevábamos menos de una hora por el interior de la selva y tras medio millar de curvas, ¡sorpresa! Aparece Perico, uno de los perdidos. Había pinchado y se había parado en un taller que a la vez hace de hogar. Nos paramos para hacerle compañía y en ese momento aparecieron las miradas curiosas de dos niñas y la madre. Les saludamos y nos invitaron a entrar en su casa. Los ojos como platos al ver casi por primera vez a unos extranjeros. Nos invitaron a té negro, uno de los mejores tes del Mundo de esa variedad. Lo empezamos a beber con el miedo de que después de un sorbo podríamos acabar sentados en un trono por el resto de los días. Pero no fué así, nos tomamos el te a su manera, metiéndote en la boca un trozo de “leche condensada desecada”. Cuando nos preguntaron de dónde eramos no se podían creer que viniésemos de tan lejos (y nosotros todavía no nos lo creemos). Gente amable que nos dió un rato de sombra y compañía local...

La excursión se alargo hasta llegar a un puesto en medio de una montaña, con vistas verdes y un río para bañarse, siempre y cuando quisieras renovarte la sangre a base de sanguijuelas. La comida que tuvimos fue gracias a Perico, que se metió de lleno en la cocina, desplazando al cocinero. Lo peor que tuvimos fue un grupo que parecían buena gente en pleno botellón, pero que el camarero nos dijo que no nos fiásemos, era gente chunga, antiguos guerrilleros según entendimos. La vuelta fue adornada con otro diluvio universal, parándonos justo a tiempo en un taller (hay más talleres que habitantes), donde me fue de perlas para cambiar la luz de mi moto, la noche se nos echaba encima. Una vez sin lluvia y con luz, continuamos, cruzándonos con bandadas de “batmans” que daban un poco de miedo. Continuamos y la noche cayó de repente. Hubo momentos chungos, ya que juntando la forma de conducir suicida que tienen los ceilaneses, donde se inventan los carriles, los que vienen de frente que van con las largas, por lo que no ves nada, los baches que parecen trincheras, las gafas de miope llenas de bichitos y gotas y por último los perros y las vacas que van por tu carril como si fuera el pasillo de su casa, conducir se hace estresante. Pero al final lo conseguimos, llegamos a casa, no sin antes parar en un mercado nocturno, flipando con lo que vendían, como siempre, cosas que no sabes si se comen o son de adorno.

Lo que creíamos que iba a ser nuestro último día (ya diré porqué) lo pasamos primero por Mátara, otro día de lluvia, la segunda ciudad más grande de Sri Lanka (yo creía que era Galle), allí visitilla, arriesgándonos comprando cosas en la calle para engullir y pensando si esto nos mataría esta vez (¿por qué nos gusta tanto el riesgo?). Una visita muy normalita donde lo más impactante fue encontrarnos en una librería con unos vascos, posiblemente los únicos turistas en toda la ciudad a parte de nosotros. De allí nos fuimos a Welligama, uno de los mejores spots de surf que hay. Menos mal que encontramos ese sitio porque puede ser que sea de lo mejor que hemos hecho, un sito donde hasta un mono puede hacer surf. Olas perfectas y tablas de todo tipo, rodeados de cocoteros y la el hotelillo a 5 metros de la playa. Fue un día impresionante, sobretodo cuando me llamo Miguel “Pigaffetas” diciéndome que estaban a punto de comprar unas bicicletas típicas de la zona, estilo retro. Lo habíamos hablado hacia unos días pero ya no me acordaba. El único problema era como meterlas en el barco sin que nadie se diera cuenta, sobretodo que no molestaran. Preferimos comprarlas y ya veríamos como las esconderíamos. Me fui pitando al barco donde nos esperaba el momento de cruzar con las bicicletas aduanas (mintiéndoles y diciéndoles que eran de alquiler), y esperando el momento para esconderlas. Como no, siempre tiene que haber algo que te haga sudar, como un jefecillo (gordo cabrón) dando vueltas por el barco mirando las bicicletas de reojo. Al final las metimos haciéndonos los locos, desmontándolas en el sollao como si fuera el taller Mclaren, e introduciendolas desmontadas debajo del armario.

Pero como siempre cuando encuentras algo bueno, algo sale regular, y al día siguiente nos teníamos que ir de Sri Lanka... pero cosas del destino, nos retrasaron la salida (¡¡¡yuhuuu!!!), nos pasamos una mañana entera en el barco, sin poder salir del puerto, por temas de visados, y aprovechamos para grabar un video-villancico con nuestras mejores galas: bañador, camisa de flores, chanclas y un entorno atípicamente navideño, a 30 grados. Era nuestro regalo para nuestras familias. Como es de pensar, volvimos a Welligama, pillamos todas las cosas, nos montamos en el bus, lleno de gente observándonos y ya de paso comiendo cuatro cosas que David había comprado en algún puesto en la calle (a ver si esta vez damos con el virus que nos deje en cama pensando porqué comimos eso). Un rotten de queso, especie de crepe a modo de sandwich, y un bollo con huevo duro y...sorpresa. Esa sorpresa hizo que al morderla el centro de la Tierra se concentrara en mi boca y sintiendo como ese minúsculo trozo verde a modo de pimiento estaba a punto de matarme. Mi reacción fue escupirla en mi mano, a todo esto aguantando el equilibrio de pie aguantado con una mano (la otra tenia los restos radiactivos del bollo), mientras el conductor se hartaba a frenar hundiendo el pie en pedal y tomando las curvas como si hubiera visto y fantasma en medio de la carretera. Lógicamente, en una de estas curvas tuve que aguantarme a la barra del techo con las dos manos, dejando todo el bolo alimenticio esparcido por el asidero. A parte, mi boca seguía ardiendo, cogí la botella, la incline y... gracias a otro frenazo di de beber a la chica que tenia a mi vera en vez de meter el agua en mi boca. Una odisea que valió la pena pasarla para llegar otra vez a la playa, pillar la tabla de surf, una 9 pies, surfear una ola tras otra. Hubo momentos increíbles, donde estábamos siete locos del barco cogiendo la ola al mismo tiempo, saltando de tabla en tabla y aprovechando como si fuera la última ola que íbamos a tomar. Al final fue así, una llamada nos hizo volver a la realidad, teníamos que volver todos corriendo al barco, nos íbamos al día siguiente por la mañana. Nos fuimos, no sin antes pillar esa última ola y parándonos en otra playa por la noche a tomar una cerveza “Lion”, frente al mar, recordando todo lo que habíamos vivido y pensando cuando volveríamos.

domingo, 5 de diciembre de 2010

En las olas de Singapur

Llevamos ya varios días navegando hacia Singapur, esta vez si que estamos de vuelta, un poco apenados por no poder completar la vuelta al Mundo como teníamos pensado, pero las condiciones que tenemos, tanto como de tiempo como del mismo barco no son las más apropiadas para cruzar el Pacífico. Por otra parte nos vamos con una sonrisa que va más allá de oreja a oreja por haber podido conocer Filipinas, un sitio que hace plantearte que la forma de vivir a la que estamos acostumbrados no es la única que existe.


Ya por el norte de la isla de Borneo nos encontramos primero con un tronco. Lo esquivamos. Aparecen dos más. Los esquivamos. Aparecen unas manchas en el horizonte que nos hacen creer que son los lomos de unas ballenas, pero según nos acercamos vemos que son más troncos. Ya que hemos caído en el error, gritamos que hay unas ballenas por babor... la tripu tardó en darse cuenta de lo que estaban fotografiando eran tronquetes. Pero no tardamos en pasar de la broma a un auténtico campo de minas de troncos. Mirases donde mirases había troncos, tantos que podíamos hacer otro Galeón con ellos y tan grandes que el palo mayor lo podíamos hacer de una pieza... (si es que uno se queda agusto cuando exagera de esta manera). Pues así navegamos durante unas horas, con los prismáticos clavados en los ojos haciendo más eses que un borracho para no clavar uno de esos troncos por la proa. Nunca supimos de donde podían salir tanto tronco ya que estábamos a más de 50 millas de la costa.


Pues bien, arribamos por fin a Ruffles Marina, al Oeste de Singapur, después de atravesar toda la isla con más barcos que coches en el parking del Carrefour esperando a … simplemente esperando. Nada más llegar nos pusímos a trabajar sin parar, de sol a sol. Fueron unos días duros, a 37º a medio día, impregnados en pinturas de distintos tipos pegajosas como la miel, colgados como monos de las vergas y dejando el barco como recién salido de fábrica. Pero no todo fue trabajar, una noche hicimos barbacoa en el barco, invitando a quien se pasara, tocando la guitarra, bailando y comiendo y bebiendo lo imposible. Esa noche conocimos a un grupillo de amiguetes de distintos sitios de Europa con lo que salimos de marcha al cabo de unos días por el barrio árabe, acabando todos en el ático del piso de Alice, una del grupillo. Antes de salir esa noche nos dió por volver a pasar por China Town otra vez a recordar la comida china y a soltar las cuatro palabras que aprendimos en Shanghai. De ahi a Little India a cenar una recomendación de Alice. Una especie de crep relleno con pollo y queso que,según ella, no picaba, (siempre que tengas la lengua de hormigón armado) pero nosotros tubimos que cortarnos los labios y la lengua para seguir comiendo. Aprendimos también a comer como los indues, coger el trozo de comida con los dedos e introducirlo casi hasta el estómago directamente, sin rozar los labios. Creerme que funciona, que al final no pica tanto, o por lo menos no sientes los labios como si tuvieras 2 Kg de Votox en cada uno.


Un domingo nos fuimos a la isla de Sentosa a, principalmente, una piscina que crea una ola perfecta para hacer surf de forma contiua. La isla en si es un gran parque temático en Singapur que se utiliza como válvula de escape para los locales, con sus playitas, chiringuitos como el Café del Mar y atracciones de todo tipo. Pero nosotros fuimos directamente a la piscina. Al llegar entró el nerviosisimo, la ola era grande, muy grande y las caidas, todavía más majestuosas. Pero al final nos decidimos, pagamos y nos vimos con la tabla en la mano. Todo iba bien hasta que aparecieron tres profesionales que no hacian más que pegar brincos, chulearnos moviendose de lado a lado y humillandonos lanzándonos agua con la tabla, una sutil forma de escupirnos. Y nosotros no hacimos más que el payaso, nuestro estilo profesional, pegandonos talegazos cada vez más grandes y más ridículos según nos confiabamos. Recuerdo una caida en la que me arrastro el agua hasta la cresta de la ola, de ahí quede levitando durante un milisegundo que me pareció una hora y de ahí caida al vacío, cayendo de cabeza y entrando en un agujero de gusano tiempo-espacio a modo de lavadora que sin darme cuenta me dejó sentado en una piscina paralela donde te escupía la ola, pero que todavía no se como llegué allí. En las fotos, menos mal que solo se muestra un instante y se podría pensar que controlo, pero no es así, es el momento previo a la caida de “videos de primera”. Terminamos hablando con el propietario del local y preguntándole que como podíamos exportar su idea a España. Fácil, pagando.


Al día siguiente, agujetas, dolor en el cuello que se resolvió con un potingue de bálsamo de dragón y recordando lo bien que nos lo habíamos pasado y que todavía nos quedaba mucho trabajo por completar. Al final, de diez días que estuvimos, dos libramos, menos mal que en la marina teníamos piscina donde aprendimos a hacer la peligrosa voltereta hacia adelante, hacia atrás y enseñé como se hacia el “supreme”, una técnica depuradísima y complicada donde te dejas la nuez en el cogote.


El próximo destino, Galle, en Sri Lanka, paso a paso más cerca de casa.


lunes, 15 de noviembre de 2010

Leyte ... adios Filipinas

Y sin quererlo, estiramos unos días más en Filipinas atracando en Maasin, en la isla de Leyte, más concretamente en el Sur de Leyte. De todas las recepciones de bienvenida que hemos tenido, sin duda esta ha sido la más animada, se colaron un gran grupo de chavales en el barco, las niñas a proa, los músicos en el centro y a popa los chavales. El ritmo que metieron fué tan bestial que acabamos bailando al son de su coreografía. Al terminar de bailar volvió el fantasma de “picture?”, se agrupaban y empezaban a chillar como si fuesemos famosos... nunca entenderemos porqué se pensaban eso, muy rara sensación.

Que más contar... las vistas del hotel en primera linea y con el Galeón de fondo, casi casi se podían hacer las guardias desde el balcón tomando un ron.
De las guardias en puerto, agotadoras, entre fotos, guiar a la gente, responder cien veces a la misma pregunta, escuchar que nuestras narices grandes son muy bonitas (¿?)... Cada noche teníamos cena en frente del barco, cebandonos hasta volver a pensar que el día antes de marchar nos cocinarían (estoy bromeando, por si alguno de Leyte lee esto). Una de las cosas que me sorprendió fue una bebida que nosotros la tenemos como propia, es el Kalimotxo. Pues no hermanos y hermanas, no señor, aquí también la beben. De hecho vino el gobernador de Leyte Sur con una garrafa de vino tinto (que al final resultó ser vino de coco) para que lo probasemos. Me decía que lo mezclara con Coca-Cola... y yo pensando que se estaba riendo de mi... mal por dudar, cuando le di el primer sorbo y me di cuenta que lo que bebía era algo como vinagre de coco, decidí verter toda la Coca-Cola que tenía a mi alrededor. Ahora era otra cosa, recordando mis viejos tiempos de borracheras, pero esta vez con el gobernador y el cura de la ciudad, otro rollo. Otra cosa que nos han estado enseñando es el baile del bambú, en toda las islas en las que hemos pasado nos han ido instruyendo, pero mi patosidad me ha prohibido dedicarme a eso profesionalmente. El baile en cuestión es danzar entre dos cañas de bambú puestas en el suelo paralelamente, abriendo y cerrando el espacio entre ellas, colocando tu pie en el hueco cuando se abren, todo esto al ritmo de la música, que cada vez se acelera más. Acabé sin tobillo.


Pues bien, un poco de naturaleza es lo que toca y nos vamos a la isla de Limasawa, uno de los mejores sitios del Mundo para bucear y para avistar ¡tiburones ballena! Como no, pillamos otro bamboat hasta la isla, que se ve es la primera tierra que piso Magallanes cuando llego a Filipinas. Según llegabamos a la isla, la boca se nos hacía más grande, era una auténtica isla paradisíaca, llena de vegetación, rocas volcánicas y casitas totalmente integradas. Esta vez teníamos equipos de buceo para todos, y después de una breve explicación para no palmarla bajo el agua, ya estabamos en ella liandola con los reguladores y agobiandonos, pero eso solo fué un momentin. Cuando nos sumergimos volvimos a vibrar con lo que veíamos, mesas de coral de 2 metros de diámetro, mil peces, peces roca, el peligroso pez león con sus espinas deseosas de matar, morenas, y una sepia de más de medio metro que cambiaba de color y forma cada segundo... y otras cosas que no se que eran pero que eran extraordinarias. No se cuanto tiempo estuvimos sumergidos, pero me pareció una eternidad...y quería más.

Ahora tocaba el momento de llenar la barriga, ¿y como lo hicimos? Aquí fué ya algo para quedarte con la sonrisa en la cara por el resto de tu vida, lo máximo en felicidad. Barbacoa, usando un tronco de palmera cortado, dandole candela al pollo supremo, berenjenas exquisitas y otras verduras que hacen del carnívoro vegetariano. Para que todo pasase mejor, cervecita San Miguel, que aunque parezca lo contrario, es original de Filipinas, y Ron con Cola. Mientras se comía mirabamos a nuestro alrededor y solo pensabamos una cosa, queríamos quedarnos en esa isla a vivir, eramos felices, no necesitabamos nada más. Después de cobrar energía, me metí con Jose y Cesar a bucear a pulmón otra vez, culquier esquina era para ponerla en una pecera y contemplarla para siempre.


Ya empezaba a oscurecer y teníamos que irnos. No me fuí triste, se que algún día volveré a esas aguas... pero ahora nos teníamos que marchar. Ya un poco más borrachos, nos subimos todos en el techo del bamboat y nos pusimos a cantar mientras el atardecer hacía lo mismo pero a su manera.

Esa noche o la siguiente, ahora no recuerdo, fuímos a gastar los últimos pesos que nos quedaban en los 3 bares de karaoke que había en la zona, hechos a base de mimbre y bambú. Sí, terminé cantando...y al día siguiente llovió. El último día, justo cuando me iba a comer, aparece Alexis, una chavala que habiamos conocido el día anterior en el barco. Fué perfecto porque se ve que había hablado con algunos de nosotros para ir a comer a su casa (de 120 años) con su familia, como no, me apunté. Se lo tengo eternamente agradecido, la cantidad de comida, el tipo de comida, donde había hasta algas, la compañía y pasar un día en una familia filipina, con sus costumbres, como el tema de siempre tener música a todas horas (y buena música,) hasta el tema de no usar cuchillo para comer, para eso usan la cuchara. Como no, anćdota: mientras comíamos aparece un tipo con una serpiente para vender. La foto es justo cuando me la habían pasado, luego me hice con ella, nos corrimos buenas juergas...Y esa es toda nuestra experiencia en Filipinas, uno de los mejores sitios del Mundo para visitar a mi parecer. Dejo algo claro, quien piense en hacer una escapadita por allí, que cuente conmigo.



El paraiso de Bohol

Y si pensaba que era insuperable, aquí llega Bohol, concretamente en Loon, no ya por la gente sino por los paisajes que íbamos a redescubrir. Tal como llegamos a Loon pillamos bus y de ahí a recorrer parte de la isla, digamos que un poco de historia, como algo interesante, nos llevaron al lugar donde Legazpi hizo un pacto de sangre con el jefazo de la isla haciéndose una corte en el pecho y bebiendo ambos la sangre de los dos mezclada (y todo eso sin hielo, que asco...). Por la tarde dejamos al guia que se largara y nos lo montamos a nuestra bola. Comenzamos a andar por lo que sería un paseo marítimo quedandonos con la lengua fuera cada vez que veíamos una de las casas hechas de madera, ventanas que usaban el nácar de las conchas para hacer de cristal y al ladito de la costa, a todo eso, añadirle el atractivo de que tuvieran mas de un siglo de antigüedad. Seguimos explorando y nos encontramos con una caseta-mirador hecha de bambú donde una familia de pescadores pasaban la tarde, viendo como atardecia. Les preguntamos y nos unimos a ellos. El atardecer junto a ellos no tuvo desperdicio. Así nos pasamos media hora disfrutando de los colores anaranjados de la luz.

Al día siguiente nos dio por pillar unas motos, pero después de negociar conseguimos un todoterreno y dos motos por nada y menos. Como regalo, el tipo del alquiler me ofreció a probar una especie de dátiles...¡cabronazo! Era la cosa mas amarga del Mundo, el tio se partia y a mis glándulas salivares se acordarían de él toda mi vida. Como no, pillé algunas para repartir en el barco... Empezamos a conducir adapatándonos a su estilo, es decir, encajarte donde veas el hueco. Así llegamos a las cascadas de Mag-Aso, en Antequera. Ahí empezamos a disfrutar, laguito de aguas cristalinas con cascada, selva y lianas.

Después de hacer un poco el mongol pillamos coche y nos pusimos en camino hacia las Chocolate Hills, en Carmen, el centro de Bohol. Cuando nos dimos cuenta, la gasolina estaba como para empezar a empujar el coche y ahí apareció el lugar, un puesto en medio de la selva que decía que vendía gasolina, pero lo raro es que no tenía ningún surtidor. De todas formas paramos a preguntar. Cuando le pedimos por la gasolina, la chica nos sonrió y nos preguntó cuantos litros queríamos. Ahí nos dejó partidos, cuando saco los litros en ¡botellas de Coca-Cola! Metimos los litros y seguimos.

No habían pasado más de 5 minutos cuando nos encontramos a Eloy y Guti, que iban en la moto. Guti había pinchado y casualmente, los de la aldea más cercana podían arreglar la moto. Una vez arreglada nos fuimos a comer un pollo hecho a las brasas exquisito, creo que en mi vida he comido algo así. A partir de ahí, me cambio a la moto y comienza el Camel Throphic, caminos de tierra, cada vez con mas boquetes, y si no fuera suficiente, comienza a aparecer barro, yendo la moto de lado a lado y quedando las motos y nosotros con fango hasta en los dientes. Después de más de una hora de caminos espectaculares de tierra por el centro de la selva, llegamos a las Chocolate Hills, unas formaciones montañosas raras de cojones. Mejor una imagen que intentar explicarlo:

La vuelta en moto fue otra aventura, de noche y pasando por túneles de árboles inmensos. Al cabo de una hora y medio llegamos a casa, solo pensando en que esto hay que disfrutarlo, dándole vueltas a la cabeza para ver que podíamos seguir haciendo...Pero eso lo teníamos que hacer desde Tubigon, el próximo puerto en Bohol que teníamos que conquistar.


Al llegar tuvimos una recepción impresionante, que se alargo durante todo el día terminando en la cosa más curiosa que podíamos imaginar. Resulta que nos llevaron al polideportivo del pueblo, nos pusieron en el centro de la cancha de basquet y ahí a cenar mientras todo el pueblo nos miraba sentados en las gradas como si fuéramos animales de circo. Todo hubiera ido de una forma sutil si no hubiese sido por los regalos en forma de botella de alcohol que el gobernador nos había plantado en medio de cada mesa. Todo eso sin tener todavía un plato de comida delante. Litros de alcohol y más concretamente el ron filipino Tanduray, de calidad extrema y por el precio de un bocata de jamón serrano. Al final terminó como tenía que terminar, todos nosotros borrachos sin saber lo que es el ridículo, con cintas rosas por la cabeza, quitando al grupo que cantaba del escenario, cantando la Bamba, robándoles la guitarra (y tocando a modo Guitar Hero). Os recuerdo que teníamos público, lo que en ese momento era lo que menos nos importaba. Lo peor de todo es que todo eso está grabado. A partir de ahí ya no recuerdo nada más.


Al día siguiente, con un poco de resaquilla, nos llevaron de excursión a “la isla”. Imaginaros por un momento ese trozo de arena en medio de ningún sitio, con una choza y aguas cristalina. Pues allí fuimos. Con dos pedazo de bamboat de 15m volando sobre el agua. La verdad es que no hay mucho que contar, solo que nos dejamos llevar por el relax, la comida y las cervecitas. Un día perfecto aislados del Mundo.

No costó mucho para tener un nuevo plan, ir a bucear a la isla de Cabilao. La aventura para llegar no tenía desperdicio, primero pillar un bus, que solo sale cuando esta lleno, mientras esperas en su interior con la música a tope, supongo que será algún método de anestesia para que no nos diésemos cuenta de lo que se nos venía encima. El ir por una carretera a 80 y que parezca que vas a 300, no tiene precio, a parte de haber cambiado las suspensiones por piedras. Otra historia es donde ponen la gasolina, es tan fácil como llegar a la gasolinera, levantar a uno de los pasajeros, quitar el asiento y echar la gasolina directamente en el depósito. Después de 45 min llegamos al siguiente punto, donde teníamos que pillar taxi-moto, 3 en una y 4 en otra por caminos de piedras, una odisea. Por último navegar en un bamboat, barco típico de Filipinas que por 500 pesos nos llevaría a la isla. Allí, casualidades de la vida, hacia unos días el gobernador había invitado a algunos del Galeón a bucear gratuitamente, y por eso, a nosotros también nos tocó la lotería. Conocimos a un francés y tres francesas que trabajaban para una ONG para ayudar a jóvenes a crear su propio empleo. Muy buena gente que les hicimos pasar por “galeónicos” para que también les saliera gratis. No quiero olvidarme de comentar que eramos los únicos en toda la isla por ser temporada baja. A continuación a bucear, como no había equipos suficientes, lo hice a plumón acompañando a los de las botellas, luego me desmarqué y fuí a lo mio. El paisaje era increíble, un bosque de coral de todas las formas y colores, parecía que estábamos en otro Mundo. Ponerte a bajar por una pared de coral hacia las profundidades y pensar que el fondo estaba a 100m daba respeto. Fue un momento personal, disfrutando del silencio y de lo que el paisaje me brindaba. Como guinda, el francés, que también iba a pulmón, me enseño una cueva de unos 6m que se podía cruzar. Meterse por ahí con bancos de peces rodeándote mientras cruzabas y ver la luz asomando por la salida ponía la piel de gallina, pero no de miedo, sino de placer...

De vuelta a casa, pillamos otra vez el bamboat pero esta vez eramos 14, y la barca no daba de si, cada ola que pillábamos hacia que el patrón pusiera cara de haber mordido un limón... pero al final llegamos. Ahí nos esperaba un Jeepy colorido donde nos metieron a todos, llegando tarde al próximo evento, esta vez más tranquilito.


Y bien, así termina la experiencia en Bohol, un sitio al cual quiero volver.