Al día siguiente contratamos un tour de unas 5h por Salalah y alrededores, carreteras infinitas, calor de secador de pelo en la cara y aires acondicionados que te criogenizaban al minuto, muy saludable. Mientras íbamos al primer sitio lo que nos sorprendió fue la cantidad de camellos andando a sus anchas por las carreteras. También era curiosa la construcción de la zona, eran como chalets a modo las mil y una noches pero si masificaciones, de hecho pienso que si un día uno tiene que ir a pedir sal a su vecino, es mejor que llene el depósito de su coche. También había construcciones, una al lado de otra, iguales que pertenecían a la misma familia, cada una para un miembro de la familia, lógicamente, para los milloneti. Llegamos a la primera visita, un oasis en medio de una zona árida. Para nosotros tal vez no nos sorprenda, pero para esta gente es eso, un oasis, un sitio que frecuentan los festivos, una zona verde en medio de la nada. Volvimos a la furgo a refugiarnos del calor, a ver si de esta forma pillábamos una bronquitis crónica. Segunda visita, un palacete-museo. La verdad es que como apartamento de verano estaba conseguido, pero nada más. De paso al tercer sitio, parada a lo que considero yo el pilladero de nuestro chofer, un sitio con unas vistas impresionantes, y una playa todavía más, lo que extraña es la falta de cultura playera, ¿será por tema de tiburones o por qué el agua moja?
Ya casi para terminar nos llevo a lo que esta declarado patrimonio universal, el puerto más antiguo de la zona, donde también era una de la mayores plantaciones de Frank incensé, un árbol autóctono de cuya resina se obtiene una especie de aroma. Por fin nos dejo en el centro de la ciudad, a hacer alguna compra para el barco, es decir dulces y chuminadas varias para los antojos.
Con el nuevo visado no tardamos en escaparnos del barco, yendo con una furgo alquilada al oasis, un bar cerca del barco a “celebrar “que nos teníamos que quedar en Omán un par de días más. Menos mal que en ese rincón del país daban cerveza y chuletones (al ser islámico, el alcohol para las heridas). Al día siguiente, 14 de mayo, 32 cumpleaños a celebrarlo a la playa kilométrica par nosotros solos, con un hotelazo con jacuzzi a las espaladas para darnos lo que quisiéramos. Nos dedicamos a bañarnos, pillar olas y un poco de kitesurf para despejarnos. Vamos, algo muy relajado…tan relajado que me puse a comer a las 17.00, el tiempo me había pasado volando.

Un pequeño grupo nos decidimos a hacer una visita al old market, para hacer las compras pertinentes. Nada mas coger el taxi ya nos dimos cuenta que el taxista era todo un personaje, con su coche forrado en piel de leopardo-cebra, algo “súper fresco”. Ese tipo nos estuvo esperando y acompañando cada minuto que recorríamos la ciudad. Un pantalón de la selección de futbol local fue mi compra a parte de un saquito de Frankincense (resina aromatizante) con su cacharrito para calentarlo. Tengo que comentar el momento de la “cata” de incienso, en el que me dijo el vendedor que tenía dos tipos, el normal y el gourmet, el cual me hizo probar mostrándome como se hacía pegándole un bocadito a una de las piezas de Frankincense. Dude de hacerlo (y debería haberlo hecho mas), pero cuando lo hice me cague en todo, un sabor repulsivo por toda la boca, era como si hubiera bebido un poco de jabón con el detalle de que la resina esa se quedaba enganchada por todas las muelas, con lo que el sabor desagradable no desaparecería en varias horas. Seguro que el omaní solo hizo el ademan de morder. Después de las compras el taxista nos recogió y como uno de los que venían con nosotros se había comprado un gorrito de la zona, nos pregunto que donde estaba el resto del traje local. Al ver que no teníamos, el tío se desvió, se metió por un callejón oscuro y ya nos temíamos lo peor al salir del coche y abrir el maletero. La sorpresa fue grande cuando saco de ahí una chilaba para cada uno de regalo, si es que al final el tío era majete. Ahora al barco.
C