jueves, 10 de marzo de 2011

La Luna de Estambul

Después de salir de Port Said no sabíamos que nos íbamos a encontrar en Turquía. Nos hablaban de que haría frío y que coincidiríamos con Juan Sebastian El Cano, el buque escuela de la Armada Española. No sabíamos nada más. La travesía no fue muy complicada, en pocos días estábamos en el Mar Egeo, al que llegamos a toda vela, por fin sacamos todo el trapo. Para llegar a Turquía primero hay que cruzar el “Estrecho de Dardanelos”, la entrada al Mar Bósforo”, con una separación entre Asia y Europa de menos de media milla. Es curioso mirar a un lado y ver un continente, mirar al lado opuesto y saber que es otro. Toda la travesía hasta Estambul fue muy tranquila, como si navegásemos por una piscina. Ya en Estambul ojos como platos y con unas ganas tremendas de ver más cerca lo que estábamos contemplando, decenas de mezquitas y palacios.


Después de situarnos un poco, vayamos a lo que me gusta contar, lo que vivo en cada ciudad que visito, por si algún día alguien quiere visitar alguna o, mejor aún, volver con alguien. Pues bien. Lo primero que sufrimos fue frío, muchísimo frío, demasiado creo yo. Ya nos habían contado que hacía frío pero ¿tanto?. Pensar que hacía cosa de un mes estábamos en chanclas y bañador y ahora eramos azules como los Pitufos. Ahora si que íbamos a tener una segunda piel que nunca nos abandonaría, nuestra querida ropa térmica. El trabajo fue de sol a sol (menos mal que en invierno oscurece antes), y los que no estábamos de guardia nos perdíamos por la ciudad a ver lo que podríamos ver cuando tuviésemos salida diurna. Como no nos pusimos finos a kebaps, pide, shawarma, (viva nuestra dieta equilibrada), narguiles de naranja, manzana, melón y café. El agua para ellos no existe a la hora de comer, beben Agar, yogur para nosotros. También probamos un aguardiente típico de la zona que se llama Raki... borrachera dolorosa si te pasas. Las marchas allí son caras (y eso que todavía no usan el Euro, sino la Lira Turca que vale la mitad que el Euro), o por lo menos para nosotros que, acostumbrados a pagar (o casi que nos paguen) menos de un euro por tomarte una cerveza, todo nos parece caro. Es curioso pensar que según te desplazas hacia el Este, los precios se derrumban, que pena que la Tierra sea tan “pequeña”, ya que un poco más de viaje y los precios no existirían (bueno, me dejo de pensar tanto que duele).


Después de trabajar y trabajar, por fin aparece El Cano, empieza la competición de “tunning” de barcos de época, a ver quien puede fardar de barco. No quiero ser sembrador de tempestades, pero se veía envidia en sus ojos al ver donde y como estaban ellos y como nosotros. Alguno nos confesó que su puesto estaría en nuestro barco (¡normal!). La llegada de este la recibimos desde las alturas de los obenques y viendo por primera vez ese barco tan nombrado tan cerca que no tardaríamos en visitar. Un poco de uniforme por aquí, otro por allá, saludos y de cabeza a visitarlo. Mi impresión: un barcazo viejito pero muy cuidado. Hace unos años, sin lo vivido a bordo del Galeón, podría haber dicho que El Cano estaba en perfectas condiciones, pero ahora mismo, y comparándolo con el Galeón, se ven muchas chapucillas que no entiendo como están allí, siendo 220 a bordo. Otra cosa que nos amargo un poco fue el “ahí no podéis entrar”, “eso no se puede visitar” y similares respuestas al intentar ver un poco más del barco. Puede que no diésemos con el guía apropiado. Pero bueno, la grandiosidad del buque no se la quita nada ni nadie.

El Galeón, El Cano (gracias Miguel Talegón)

Unos días antes de que se fueran aparecieron algunos de la tripulación de El Cano que vinieron con la mejor tarjeta de presentación que podían traer, ¡J&B y café español! Asi si. Hicimos una buena noche, tras la cortina improvisada en la cocina para cortar un poco el frío. Terminé un poco mareadillo... será la falta de costumbre supongo.

¿Y que hice por Estambul? Pues visitar la calle comercial que llega hasta Taksim Square, donde unos años atrás hubo un atentado con bomba (no puedes imaginarlo, ya que es una calle super concurrida). Por allí está la zona de marcha, con sus bares de 4 o 5 plantas estrechas y su música local, bailando lo que para nosotros serían unas sevillanas, con pañuelos en las manos, subiendo y bajando y moviéndose como si se hubieran tomado 3 cafés de golpe. En uno de esos bares tuvimos un percance con un “local” por dejar las chaquetas en el respaldo de una silla ¿será una mala costumbre?, ¿será un insulto? No se, lo que de paso cuento, y eso que no tiene nada que ver, lo que apreciamos con el tamaño de sus cabezas, enormes, ¿vendrá de ahí lo de “cabeza de turco”?. Ya que me pongo a analizar al turco, quiero decir que a primera vista son muy rudos ellos y un poco sosas ellas, hasta que conoces a alguno, luego comentaré. Supongo que nosotros les debemos dar una impresión de majaras perdidos, no sé. Rudos son incluso a la hora de decir “gracias” la palabra que nos hemos aprendido en todos los idiomas. En turco es prácticamente imposible pronunciarlo, nuestra fisionomía bucal no está preparada para producir ese sonido sin tener alguna rotura maxilar, por eso agradecerán tan poco supongo. Y ya por último, ¿cómo puede haber una ciudad en el Mundo donde cada uno con los que hemos intentado negociar algo, ya sea para comprar o pagar han intentado chantajearnos? Alguno incluso nos robo en nuestra propia cara, dándole un billete, esperando el cambio y este respondiendo que no te debe nada de cambio. Mira que veníamos entrenados de otros países, pero con este hemos sacado un master. De hecho, el día que pasamos por el Gran Bazar, un lugar para perderse, unas calles comerciales cubiertas. Venden casi lo mismo en cada una de ellas, suvenirs, artículos de cuero, ropa falsificada, lamparas, narquiles... y de hecho el día que lidiamos en serio con uno de los comerciantes a la hora de comprar unos zapatos, nos dimos cuenta de que teníamos matrícula de honor para comprar. Todo empezó pidiendo lo que valían unos zapatos, me dijo que 80 liras (40 euros), me metí y empezamos a bajar el precio, pero rápidamente vi otro modelo que me gustaba más, por ellos pedía 240 liras (un pastón) yo le decía que no pagaba mas de 80, fue bajando y yo no subía nada. El vendedor cuando se aproximaba a mi precio se empezó a tocar la cabeza como si le fuera a explotar. Pero yo, con la ayuda de Eloy y Currito, no me movía. Cuando ya lo daba por imposible, el turco cedió y me dijo que me los podía llevar por 80. Pero en ese momento, miré a estos dos y les pregunté si ellos pagarían eso. Me dijeron que no darían más de 60. Cuando le dije que 80 no, que los quería por 60, el tipo casi me escupe, pero yo creo que solo para que nos fuéramos de allí dijo que si del tirón, no sin antes intentar quedarse el cambio a la hora de pagarle. Cada vez que miro los zapatos recuerdo la historia, mi premio. También tuve mi lucha a la hora de comprar unas lámparas, me hice un profesional en la asignatura de iluminación y su construcción. No me podían engañar y sabía sus precios. Lo peor de todo esto, es que ya lo usaba como terapia, meterme en una tienda, tener una lucha y salir con las manos vacías buscando otra victima.

Mezquita Azul con sus misiles

Fuimos también a Santa Sofia con su cúpula, su Santo Pancro y sus años, aguantando terremotos desde el siglo VI, a la mezquita azul con sus 6 minaretes (en un principio solo pueden tener 2 según me dijeron) y a las “cisternas” una de las 24 que hay por todo Estambul, la 4ª en tamaño, pero la más famosa. Un recinto enorme bajo tierra, con más de 350 columnas. Las fotos que puedes sacar de ahí son todas ellas buenas. Existe el misterio de las dos cabezas de Medusa que están soportando dos columnas, nadie sabe cómo ni qué hacen allí. También visitamos el Palacio de Topkapi, un extensión enorme, donde te haces a la idea de como vivían los sultanes de la época, las riquezas que poseían, como por ejemplo el diamante de la cuchara, el más grande del Mundo, para robarlo y romperlo en mil trozos. Se llama así porque según se cuenta hubo un personaje que lo encontró escondido entre la basura y no se le ocurrió otra cosa que cambiarlo por tres cucharas de plata. Todavía debe estar dándose golpes en la cabeza cuando se enteró de lo gilipollas que había sido. Lo que nos dejó más extrañados fue la vestimenta de la época, ya que o bien eran gigantes o pesaban 500 Kg, una familia entera podía vivir en cada pernera. Las mangas también tenían guasa, llegando hasta el suelo. Un poco raros si que eran estos sultanes. Subimos a la Torre Galata, desde donde se aprecia una imagen de la silueta de la ciudad que parece pintada. Parece sacada de una ilustración de un cuento (suena a cursilada, pero es verdad), y eso junto a los sonidos que proceden de los minaretes, te quedas descolocado, no estás acostumbrado a este tipo de Mundo. Y así contándolo por encima, es lo que vimos.

Torre Galata y una nariz iluminada

Tuvimos nuestro momento de introducirnos de pleno en la cultura turca, por una parte fumando el famoso narguile, con sabores como manzana, naranja, melón y … expresso. Me falto probar el de fabada (menos mal que no existe). Cafetear en Turquía es un paraíso para un adicto al café como soy yo. El café turco solo tiene un truco: hay que saber tomárselo. Cuándo te lo traen piensas en que vas a tener que pedirte una decena de ellos para poder satisfacer tu gula cafeinomana, pero una vez que te tomas uno, es casi suficiente, y no te digo el primero que te tomas en tu vida y no te dicen que el final no se bebe (no me pasó a mi, pero lo vi, ya tenía experiencia). El hecho es que bebértelo es lo mismo que coger la maceta de geranios de tu tia-abuela y bebértelo, riquísimo. Fumar un narguile es una sensación muy placentera, relaja... y mucho. Jugando al Backamon, juego extendido en Turquía, llegaba un momento donde mi cabeza pedía vacaciones, no era capaz de enlazar un jugada con otra, ¿qué cosas, no?


Pero donde nos sentimos turcos de verdad fue en los Hamam, los archiconocidos baños turcos. Fui a dos distintos, uno en pleno Estambul, uno de los más famosos y antiguo, y por supuesto, de los más caros, unos 40 Euros para entrar, baño y masaje. Tal como entramos nos dieron un pareo a cuadros y unas sandalias de madera, muy complicadas de usar para andar, de hecho los locales del lugar nos imitaron al vernos andar como un pato. De ahí al calor extremo, una mesa octogonal en el centro donde dan los masajes y a los lados fuentes donde te vas echando agua. A los 15 min, cuando estas con la tensión en el meñique del pie, aparece un tipo gordo y con bigotazo (podría ser perfectamente el estereotipo de albañil), pegando un golpe con un cojín sobre la mesa central, te señala y te dice que te tumbes. El masaje no fue nada especial, relajante (me habían dicho que te crujen hasta las orejas), y de ahí al baño. Eso si que relaja. Te sientan y te empiezan a tirar cubos de agua. Después te frotan con una esponja de “crin”, para despellejarte vivo. En un momento del frote me señalo lo que me estaba sacando del brazo: pelotas de piel del tamaño de una croqueta, con eso se podía dar de comer a una familia entera durante un mes. El “lavador” pensaría que me estaba dejando limpio como el culo de un bebé, yo me despedía de lo poco que me quedaba de moreno asiático y de mis células muertas (y alguna viva). Luego toca la espuma, te lava como un coche, cabeza a un lado, brazo hacia arriba, etc... Podrá ser la cosa menos erótica a la que un hombre se pueda afrontar, pero os aseguro que es volver a la infancia, cuando tu madre te metía en la bañera, antes de irte a dormir, te lavaba y entrabas en un sueño eterno. Terminé echando un rato tirándome agua como un elefante y al salir a la calle, dónde estábamos a 5º, me sobraba la ropa, los huesos los tenía incandescentes. Solo pensaba, antes de irme de Turquía lo tengo que repetir.


Y ahora que hacer, pues irnos a esquiar, así por la cara. ¿Pero en Turquía hay estaciones de esquí? Pues se ve que si. A mi me salió el plan por pura casualidad. Llegue al barco preparado para hacer una esperada guardia al día siguiente cuando de repente apreció Alberto pidiéndome un favor: - ¿Puedo HACERTE la guardia de mañana?... pero... ¿qué clase de favor es ese? Es como si el favor fuera aceptar 100 euros porque si. Casualidades de la vida, que al día siguiente Jose y Pepe se iban a esquiar a Bursa. Todo encajó. ¡Viva mi suerte!


Después de tomar un ferry, un bus, un tren, otro bus, un funicular y un microbus llegamos a lo alto de Uludag (la gran montaña). Es curioso como el paisaje cambia completamente si lo comparas con Estambul, y si hablo del carácter de la gente me quedaría corto si dijera que parecen países distintos, mucho mas abierto y con ganas de echarte una mano cunado te ven con cara de pardillo. Arriba en la montaña conocimos a un tipo que nos ayudo a la hora de elegir material y guiarnos de como funciona todo allí, que por ejemplo, las pistas se pagan por uso de telesilla. El día trasncurrió relajándonos mientras nos deslizábamos por pistas de nieve virgen y abetos. Valía la pena haber recorrido tantos kilómetros para ver el espectáculo visual que teníamos alrededor. Por la noche buscamos un hotel, podíamos elegir uno a pie de pista por un precio más que desorbitado o uno que se encontraba al final de un camino secundario, un poco más alejado. El hotel en cuestión podía ser perfectamente el de la segunda parte de la película de “El Resplandor”. Lo dirigían tres ancianos que no sabían más que su propio idioma. El hotel tenía unas 30 habitaciones, todas ellas vacías. Extraño. Cuando le pedimos si nos podía dar una, nos guió por un pasillo oscuro con el mechero encendido a modo de vela, hasta que dio con el interruptor. No salimos en toda la noche de la habitación por miedo a que nos saliera uno de los ancianos mirándonos con un hacha en su mano y un niño en triciclo recorriendo los pasillos.

Yo en el estudio de fotografía

A la mañana siguiente, desayuno, ventisca y a buscar la forma de poder bajar de la montaña, ya que no podíamos esquiar, estaban cerradas las pistas...¡y también el funicular! Conseguimos un microbus con un conductor que sería primo hermano de Fernando Alonso, nunca creí que se podía correr tanto por carreteras heladas, sin poder ver un centímetro del asfalto. Una vez abajo presionando con el pulgar el corazón que se quería escapar por la boca, fuimos a relajarnos a un hamam (se ve que en Bursa existen las mejores termas de toda Turquía), pillando un taxi compartido (a modo de bus, siguen rutas fijas). El baño en cuestión fue lo más tradicional que podíamos haber vivido. Vimos y vivimos la verdadera esencia de los baños, donde ver a dos amigos lavándose mutuamente (no penséis en homosexualidad, pensar en tradición), un nieto bañando a su abuelo y a su amigo de clase. Otra vez optamos para que nos lavaran, esta vez fue otro tema, muchísima espuma y lavado de cabeza hasta quitarte parte del cerebro. En la sala principal existía una piscina con aguas termales donde te al meterte te recordaba a una gran olla con el pollo cociendo para hacer caldito. La tensión nos bajo, incluso creo que llego a pararse. Fueron dos días que no podríamos haber aprovechado mejor. Al llegar al barco, contamos lo vivido y no tardaron en hacer dos grupos más para confirmar esa exquisita experiencia, repitiéndolo.


Los días en Estambul se terminan y debo hacer mención especial a los cocineros que durante 5 meses nos han estado alimentando con una delicadeza que no nos merecíamos. Siempre dijimos que era como comer en un restaurante cada día, restaurante “Los Antonios”. Los echaremos de menos y no solo por su cocina, que creo que nos ira bien para menguar nuestras barrigas, sino como personas, unos grandes amigos que espero mantener para siempre y que me inviten a comer gratuitamente a sus restaurantes cuando estén a la altura de Ferrá Adriá y semejantes. ¿Qué será de nosotros sin vosotros? El pan con agua creo que será nuestro menú diario a partir de ahora...

Nuestro helado preferido

Nos vamos de Estambul, de Turquía, otro país que me apunto para volver, me he quedado con ganas de visitar más lugares, pero que con 2 días libres entre guardia no da para irte muy lejos. Capadocia será la excusa para volver. Ahora ponemos proa hacia las islas Cicladas en Grecia y de ahí al Canal de Corinto. Ya estamos muy cerca, demasiado diría yo, de acabar con la aventura.




No hay comentarios:

Publicar un comentario