viernes, 15 de octubre de 2010

Made in Hong Kong

Después de la tormenta, la calma, durante dos días a vela, una sensación relajante. Se nota en la forma comportarse del grupo, mucho mas generoso. Si es que navegar a vela tiene ese efecto placentero. No me enrollo mas.

Nos acercamos a la isla de Hong Kong por el canal Este y empezamos a abrir otra vez los ojos como platos, la imagen de una costa a ambas partes repleta de rascacielos al estilo Benidorm pero con mas esta vez estilo. El atraque perfecto y al lado de un centro comercial del que empieza a salir cabezas como hormigas a ver que estaba pasando. Otra vez un recibimiento con los dragones típicos chinos, música local y otra vez flamenco en directo. El momento critico para mi fue cuando nos dijeron a algunos de nosotros que nos acercáramos para hacer unas fotos con el grupo y ahí empezó la encerrona: querían que bailásemos y cantásemos. Yo para no hundir al resto me dediqué a mover los labios como si cantara y a tocar las palmas en modo silencio, vamos que una película muda hacia mas ruido que yo.

De ahí a esperar a que nos arreglaran el visado para poder salir. Tuvimos que esperar hasta altas horas de la noche para poder salir legalmente, digo esto porque era imposible retenernos en el barco con Hong Kong ahí al lado. Esa noche, antes de conocer la cultura nocturna, vimos un espectáculo de luces y sonido increíble. A partir de las 20.00 de cada noche, ponen música en un hilo musical y los rascacielos de la costa comienzan a iluminarse como si fuera un ecualizador. Te pone la piel de gallina ver esa sincronización. Por la noche conocimos a un irlandés que nos saco a degustar la nocturnidad, empezamos en un Ice Bar bebiendo vodka en un local a -20 y terminando en... no me acuerdo. Lo gracioso (y doloroso) fue entrar allí en chanclas y bermudas y al minuto estar totalmente anestesiado. Terminamos por pillar unos abrigos de piel como el que puede llevar tu abuela enseñando las patitas peludas y, como no, sin sentir los pies.


Que mas contar... pues el día que gastamos las suelas de nuestras chanclas y expulsamos el alcohol de la noche anterior. Lo primero fue pillar el barco centenario que nos cruzo a la isla, de ahí a andar sin rumbo, que es la mejor forma que hay para conocer una ciudad. El objetivo era llegar a “The Peak” la parte mas alta de Hong Kong, un mirador al que accedes con un tren tan antiguo como los primeros ingleses que llegaron, tirado por un cable (una clase de teleférico) y que sube por pendientes que no quieres pensar que pasaría si se soltara. Antes de llegar a esa estación encontramos la escalera mecánica mas larga del Mundo, unos 10 min de subida, por secciones, que se van cruzando por distintos distritos de la ciudad. Menos mal que se hizo, el subir a pata todos eso escalones puede hacer que te lo pienses dos veces.

En Hong Kong lo que se encuentra es básicamente negocio del bueno, las grandes marcas tienen allí sus propias tiendas, con un portero en la puerta dejando pasar a la gente en orden. Es raro que la gente haga cola para entrar en una tienda como una discoteca. Otra cosa que se ve son los cacharros de gel bactericida en muchos locales, da igual que sea un baño, una tienda o un restaurante. La verdad es que es un vicio, te deja las manos fresquitas. En definitiva, no parece Asia, y menos China, el dinero sale de los grifos. De hecho mucha gente en toda Asia viaja a Hong Kong para comprar. Tienen todas las tiendas que puedas imaginar juntas y a pocos minutos. Existen pasillos que conectan los edificios, haciendo que no pises un metro de la calle si quieres comprar.

Después de las compras, al día siguiente nos fuimos a Big Wave Bay, una playa al Oeste de la isla de Hong Kong, donde, como el nombre indica, hay olas grandes, y ¿qué se hace en una playa con grandes olas? Pues a parte de tragar olas, surfear. Yo nunca había hecho pero siempre hay una primera oportunidad, y la verdad, al principio no había forma de ponerme de pie, hasta que di con el truquillo, a partir de ahí ya hacia el pino encima de la tabla (apenas me sobro, que va). Después de acabar con todo el pecho abrasado por el roce de la tabla (si, se que debería haberme puesto una licra) barbacoa de carne con carne y cervecita para bajarlo todo. Comí como si fuera el último día en la Tierra. Y para quemar lo comido, otra vez a pillar olas, así hasta que oscureció. Un día perfecto.

Con el cuerpo reventado, llegamos al barco con un poco de nostalgia por no poder disfrutar de mas días por la ciudad y alrededores, pero bueno, que nos quiten lo bailao, otro país que hemos visitado, amigos nuevos que nos esperaran a la vuelta y la sonrisa en la cara por saber que en unos días estaremos en otro país. Dejaremos China por fin y llegaremos a Filipinas el 5 o 6, mas bien el 6, ya que las previsiones de olas y viento no son nada favorables.

1 comentario:

  1. Me alegra verte así de feliz macho. La sesión de fotos cuando vuelvas va a durar que ni una boda gitana.

    Un abrazo!!!

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