viernes, 23 de julio de 2010

Sri Lanka

Alrededor de 1600 millas por delante hasta llegar a Sri Lanka, el primer destino exótico. Esta vez sí que dará la impresión de que vamos a un sitio muy lejano de nuestra casa, nos hacemos consientes. Antes de partir esperamos otra vez casi un día entero al pairo, justo delante del puerto de Salalah. Lo veo desde lejos y no me da ninguna pena, es cierto que este país ha tenido algún detalle con nosotros, pero se ha quedado bastante escaso comparado con los anteriores. La espera es debida a que, como había dicho, tenemos que ir escoltados obligatoriamente por una embarcación con un grupo de “rambitos”. Aparecieron al día siguiente muy bien camuflados, era una chatarra de barco pesquero, y yo que me esperaba alta tecnología punta para defendernos… Pues bien, durante los 7 días de travesía desde Omán a Sri Lanka hubo veces que estuvimos a punto de dejarlo atrás. No es que nosotros seamos rápidos, el problema estaba en su lentitud. Un poco fuerte, la verdad. Durante todo el trayecto recuerdo que no paramos de bailar de lado a lado, una ola formada por un tornado en la costa norte de Madagascar hacia que se nos atravesara y los balances fueran continuos, el estomago hay que tenerlo o bionico o entrando. Para dormir la única solución era primero no haber descansado bien los días anteriores y de esta daba igual que el colchón fuera el de un faquir, dormías sin control. Otra cosa a tener en cuenta era la de encajarte en tu cama de la mejor forma posible si no querías despertarte con la dentadura clavada en la cubierta tras un vuelo sin control desde el colchón. A parte de esto, navegación tranquila, sin apenas barcos e ilusionados pensando en lo que nos esperaría en Colombo. De vez en cuando sonaba en la radio el capitán “Mohama”, del barco escolta, preguntándonos si todo iba bien en nuestro barco… quitando los balances, si, todo iba bien. Nos despedimos de ellos frente a las islas Maldivas, que atravesamos sin poder parar ni a darnos un chapuzón, íbamos con prisas.

8.00 del 25 de Mayo y ya estábamos frente a las costas de la antigua isla Ceilán. Todo fue rápido y en pocos minutos ya estábamos atracados en el muelle. Como siempre, como estoy en la maniobra de proa, encerrado sin poder ver bien que sucede fuera, me sorprendió ver la cantidad de locales que, con sus vestimentas playeras a base de un pareo y unas chanclas, observaban que éramos, aunque para vestimentas la de los amarradores: una especie de traje de primera comunión de color beige, complementado con sus pantalones cortos a juego, solo faltaba el gorrito a modo Popeye. Es impresionante ver como les gusta a esta gente agruparse, mirar de cerca y cuchichear de sus cosas, era como tener un enjambre de moscas mirándote fijamente a medio metro de distancia. Durante todo ese día nos dedicamos otra vez a tensar toda la jarcia, parece que no tiene límite, que estirara como una goma elástica. Ese día todo el mundo se ducho, una lluvia torrencial que se apellidaba Monzón nos limpio como lo necesitábamos. Por noche nos escapamos a un restaurante, el Sea Spray, a cenar algo sencillo, platazo de marisco variado, con su langosta, gambas, atún y cangrejo… y para no atragantarnos una cerveza Lion (local) y buen vino blanco. El precio del plato fueron unas 2200 rupias, unos 15 euros, y todo esto con los rociones del las olas que rompían a escasos metros de nosotros. La pena de todo esto fue que me tuve que ir para estar en el barco a las 23.00, comenzaba mi guardia.

Al día siguiente casi toda la tripulación se largo a Ikaduwa (se que se pronunciaba así, pero no creo que se escriba de esa forma), cerca de Galle (sur de Sri Lanka) una zona surfera por excelencia que fue arrasada por el Tsunami del 2005. No puede hacer mucho fuera del barco, por no decir nada, atender visitas y más visitas de los navíos de guerra y de personajes diversos, alternando con labores con los obenques de la cofa de trinquete. El calor apretaba como unas botas de descanso en verano, y sin darnos cuenta, gracias al agua acumulada en las velas recogidas que usábamos a modo de ducha, no nos enteramos de la quemada prodigiosa que nos pillamos. Por la noche los que nos habíamos quedado de guardia cenamos rapidito en el barco. A mí no se me ocurrió otra cosa que probar por primera vez la comida regional del país, de la que existen dos versiones, muy picante y corrosiva. La que cene era corrosiva, pero mezclada con un poco de arroz bajaba a muy picante. Es curioso que hasta los anacardos son picantes. Una vez con la barriga llena, salimos del barco casi corriendo en busca de un vehículo con nos llevara hasta allí. Ya que nombro los transportes de la isla, voy a explicar cómo funciona el sistema




Existen los tuk-tuk, modelos similares a los que empezamos a ver desde Sudan (tuneados con influencias de los carros de Ben-Hur, con pinchos en las ruedas), pero con un diseño bastante, como decirlo yo, ¿llamativo? No, creo que ese adjetivo se queda corto, mejor un llamativo-hortera, con mil luces, pegatinas de buda junto con las de propaganda de la tienda de su primo y cositas varias colgando, para que te asegures que nadie pueda copiarte. Otro vehículo es la moto para 6, no es una moto mucho más distinta que las de España, de hecho con iguales, aunque aprovechan más el espacio. Los buses son la versión avanzada de las motos, pudiendo albergara poblaciones enteras en su interior. Supongo que para entrar allí morirán durante un tiempo y se reencarnaran al llegar a su parada, no es posible que se pueda sobrevivir de otra forma. El tren, muy bucólico, atraviesa zonas frondosas, también repletas de gente pero más aceptables.

Y por último el coche o furgo, nada a destacar quitando lo que tienen todas ellas en común: su forma de conducir. He pude pasar más miedo viendo como conducían y jugaban con mi vida yendo a Ikaduwa. Estábamos cinco más el conductor del taxi apiñados en el coche, en el que a los 20 minutos estábamos todos con algún miembro que otro dormido. La forma de conducir de esta gente es la siguiente: lo primero es no saber conducir, no tener miedo y confiar plenamente en el destino y la suerte. Para que se entienda lo que digo me referiré a un ejemplo, adelantar en una carretera no más ancha que una local un autobús, mientras este adelanta a su vez a un tuk-tuk y por el carril contrario pasa más o menos lo mismo, con lo que inevitablemente te encuentras otro vehículo cara a cara. A la vez que se efectúan estas maniobras debes estar tocando el claxon de forma ininterrumpida, a modo de un código secreto que solamente ellos conocen, o eso o es que pitan para descargar adrenalina. Pues esa es su forma de conducir, y así lo viví durante 3h de viaje hasta el lugar en concreto. Después de llegar y buscar nuestros corazones por el suelo del coche vimos que donde estábamos era lo más parecido a un pueblo del lejano oeste, no había na-die, preguntamos que nos dejara en algún bar y ahí nos confirmo lo que ya habíamos oído y que queríamos creer, ¡era festivo! Pero no un festivo como en España que todo es fiesta y alcohol, aquí no se movía nadie, y lo peor, estaba prohibido beber alcohol esos días por la festividad del nacimiento de Buda (ya podría haber nacido otro día el tío). Después de mucho buscar, apareció un hotelito que nos hizo el favor de darnos una habitación (y eso que no había nadie, fue raro). Dormimos como troncos unas 10h, y cuando me levante…horror, me acorde de la comida corrosiva de la noche anterior. Lo que paso en el interior del baño queda en mi recuerdo y en las cañerías de Ikaduwa. Quede débil como un flan que me dejo para pasar a otra vida cuando alquilamos unas bicicletas para hacer unas compras, no sin antes ir en busca del resto de la tripulación a un hotelillo en el que me hubiera quedado a dormir, relax y la playa a 3 metros. Nos hicimos amigo de un masajista que nos hizo una rebajilla en el servicio. Con las pocas fuerzas que tenia dije que me diera un masaje ceilanés (mientras no apretara la tripa, todo iría bien). La verdad es que yo no sé cómo me lo monto que todos los masajes que me doy me duelen que no es normal. Debo estar realmente jodido para que un masaje relajante sea para mí como una sesión de un fisioterapeuta, redoblándome y clavándome los dedos en el musculo, sin olvidar que tenia la piel un poco quemada, llena de arena que cuando frotaba sentía que me arrancaba la piel. Al final quede derramado sobre el “colchón” de paja sin poder mover ni las pestañas.


Cuando mis conexiones nerviosas comenzaron a funcionar, volvimos a pedalear en busca de algún regalito para el enfermo y para los que se encuentran en el otro lado del Mundo. Bañadores y una marioneta para que alguien me la tire a la cabeza cuando se lo ofrezca como regalo. Al terminar de hacer gestiones mi cuerpo pedía cambio, llegamos al hotel donde se hospedaba el resto, y ahí pedí cambio mientras el resto se preparaba a preparar un atún en la propia cocina del hotel (se la pidieron prestada). Quede inconsciente durante 3 horas hasta que vino a buscarnos la furgoneta (o más bien una ambulancia, casi todos los que íbamos dentro estábamos enfermos) que nos llevaría de regreso al barco. El viaje fue agonizante, sin saberlo, primero tiro más al sur para no sé qué y cuando creíamos que estábamos llegando al barco, ¡sorpresa, otra vez en el mismo hotel desde el que habíamos salido! No me lo podía creer, después de 2h dentro, apretando el estomago para que no pasara nada malo en el interior de la furgoneta, otra vez en el mismo sitio. Al final volvimos a salir, esta vez dos furgonetas, la otra con el resto del equipo. Cuatro horas más de viaje, pasando por distintos pueblos y esquivando a hileras de personas vestidas de blanco y portando velas. Al final llegamos a Colombo. Si normalmente era un caos de ciudad, esa noche era para no entrar en ella, toda ella era un atasco y nosotros no teníamos más remedio que cruzarla entera. Por fin el barco solo quise meterme en la cama y olvidar.

Al día siguiente zarpamos hacia Singapur, otras 1600millas hacia el Estrecho de Malaca.



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